jueves, 29 de noviembre de 2012

El pasado de James Bond: SKYFALL



     En una secuencia de American Beauty (id, 1999), el formidable debut en la realización de Sam Mendes, Lester Burnham (Kevin Spacey) acude a regañadientes a una cena de negocios de su esposa Carolyn (Annette Bening) comentando que preferiría haberse quedado en casa disfrutando de un maratón televisivo de películas de James Bond. Probablemente el propio Mendes no podía ni imaginar por aquel entonces que acabaría dirigiendo Skyfall (id, 2012), la tercera película de 007 protagonizada por Daniel Craig, actor a quien ya dirigió en la estupenda Camino a la perdición (Road to Perdition, 2002). Pero más allá de la situación de embarcarse en una franquicia cinematográfica con cincuenta años de antigüedad firmemente controlada por los productores Michael G. Wilson y Barbara Broccoli, lo cierto es que la labor de Mendes no ha podido resultar más brillante. Haciendo gala de una gran honestidad profesional, el cineasta británico ha logrado imprimir su talento visual a la película sin permitir que su estilo personal se imponga al patrón narrativo de la serie Bond, lo que por otro lado no impide que Skyfall muestre una gran personalidad dentro de la saga ni que guarde ciertos elementos en común con el resto de la filmografía de Mendes.

     Siguiendo el camino abierto por la magnífica Casino Royale (id, Martin Campbell, 2006), Skyfall bucea en la personalidad de James Bond sacando a la luz sus puntos débiles e indagando en los oscuros hechos de su pasado que le llevaron a convertirse en el mejor de los agentes secretos. El comienzo de la película ya deja bien claro el propósito de mostrar la faceta más humana de su protagonista: durante una peligrosa operación en Estambul, 007 recibe la desagradable orden de desatender a un compañero moribundo para perseguir al intruso que ha puesto en peligro la seguridad del MI6; minutos después, la superintendente M (una excelente Judi Dench) desconfía de que Bond pueda cumplir con éxito su misión y ordena un disparo que por error acaba hiriendo al agente británico. En una situación completamente inédita en la serie, un James Bond herido y humillado a consecuencia de la falta de confianza demostrada por su mentora decidirá hacerse pasar por muerto y vivir momentáneamente apartado de ese mundo de espías que le ha llevado a las puertas de la muerte. A pesar de todo 007 no tardará en reincorporarse al servicio secreto británico, pues en el fondo sabe que su trabajo como espía es lo único que da sentido a su vida. No obstante cuando lo haga las cosas en el MI6 serán muy distintas a como eran antes, pues no solo su relación con M se habrá enfriado sino que la existencia de los agentes con licencia para matar empezará a ser considerada como prescindible.

     Este punto de la trama sirve a los responsables de la película para reflexionar sobre la valía que en el cine contemporáneo puede tener un personaje tan aparentemente anclado en la década de los 60 como Bond. En ese sentido resulta enormemente significativa la sucesión de pruebas físicas y psicológicas que Bond debe superar antes de reincorporarse al servicio activo y en las que el agente da muestras de un notable desgaste: su puntería ya no es la que era, los ejercicios físicos le producen una gran fatiga y sus análisis sanguíneos muestran una preocupante adicción al alcohol y a los medicamentos. Este deterioro le producirá a 007 más de un problema a la hora de completar su misión: sin ir más lejos, un error de puntería cometido durante un sádico juego con el villano Silva (un brillante Javier Bardem) provocará indirectamente la muerte de la hermosa Sévérine (Bérénice Marlohe). No obstante este cuestionamiento de Bond como héroe, paralelo al descrédito que se gana M ante una comisión de investigación que cuestiona su labor al frente del MI6, será zanjado por el protagonista con una reivindicación de sí mismo como un representante de lo clásico y lo tradicional. “Para ciertas cosas estoy chapado a la antigua”, le comenta Bond a la agente Eve (Naomie Harris) mientras se afeita con navaja, a lo que la mujer responde “a veces lo antiguo es lo mejor”. Significativamente durante la batalla final, más propia de un western que de una cinta de acción, el agente británico renunciará a usar sus habituales artilugios modernos para enfrentarse a sus enemigos con armas de fuego o, en última instancia, con un simple cuchillo. La última secuencia de la película, con 007 recibiendo una misión en el nuevo despacho de M, idéntico al que aparecía en las primeras películas de la serie protagonizadas por Sean Connery, muestra a un héroe recompuesto tras un necesario retorno a los orígenes, en una evidente metáfora sobre el rumbo que ha tomado la saga desde la llegada del gran Daniel Craig.

     No resulta de extrañar que, en una aventura que cuestiona la existencia del propio Bond en el siglo XXI, su principal enemigo tenga tanto que ver con él, hasta el punto de mostrarse como su reflejo inverso. Y es que Silva, tan inquietante y excesivo como los mejores villanos de la saga, guarda numerosas similitudes con 007, pues no solo trabajó en el servicio secreto británico sino que también estuvo a punto de morir por culpa de M, quien delató a su agente por considerar que sus discutibles métodos ponían en peligro la devolución de Hong Kong a China. Sam Mendes recalca las personalidades contrapuestas pero complementarias de Bond y Silva durante la primera aparición del villano, con un largo plano general en el que Silva se acerca lentamente a la cámara mientras recita un monólogo revelador acerca del carácter anacrónico de ambos oponentes. Curiosamente la relación casi materno-filial que tanto Bond como Silva mantienen con M (a quien el villano se refiere como “madre”) recuerda en muchos sentidos a los vínculos que unían a Michael Sullivan (Tom Hanks) y a Connor Rooney (Daniel Craig) con el mafioso John Rooney (Paul Newman), superior del primero y padre del segundo, en Camino a la Perdición; de hecho las conclusiones de ambas películas son hasta cierto punto comparables, pues el viaje de Bond a Skyfall trae a la memoria el regreso de Michael a Perdición, una localidad costera en la que había residido en el pasado y donde se producía su enfrentamiento final con el asesino Maguire (Jude Law).

     Es precisamente durante el desenlace de la trama cuando finalmente cobra sentido el título de la película. Palabra mencionada durante la primera parte del largometraje pero cuyo auténtico significado no se desvela hasta mucho más tarde, “Skyfall” representa para Bond lo mismo que “Rosebud” representaba para el protagonista de Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941): una palabra mágica que retrotrae a la infancia, a la inocencia, al origen de todas las cosas. Skyfall es nada menos que la mansión escocesa en la que Bond se crió en compañía de sus padres hasta que éstos fallecieron en un accidente de alpinismo; un pasado, en definitiva, que el protagonista siempre se ha encargado de guardar en secreto, al igual que esa fabulosa casa custodiada por el anciano Kincade (un espléndido Albert Finney). Es a ese pasado al que Bond deberá regresar cuando compruebe que solo puede derrotar a Silva llevando la batalla a su propio terreno y asumiendo para siempre las heridas de su infancia. De este modo no podría existir mejor escenario para la lucha final entre 007 y Silva que la capilla situada junto a la tumba de los padres de Bond, mientras que la reducción de Skyfall a cenizas supone la representación simbólica de ese pasado que por fin ha sido superado por el protagonista.

     Si el personaje creado por Ian Fleming ha sabido renovarse volviendo la vista a su propia tradición literaria y cinematográfica sin renunciar por ello a ciertos apuntes contemporáneos, la puesta en escena de Mendes, de una belleza y una elegancia sin precedentes dentro de la saga Bond, también apuesta por una acertada combinación de clasicismo y modernidad. De este modo el director de Revolutionary road (id, 2008) ubica a su protagonista en un mundo cosmopolita en el que tienen cabida lujosos rascacielos y suntuosas instalaciones flotantes, pero también túneles subterráneos, ciudades abandonadas y viejas residencias situadas en inhóspitos parajes. Lo mismo puede decirse de los momentos de acción, que sin renunciar a la espectacularidad apuestan por la tradición y el buen gusto: véase la escena en la que Bond sigue a uno de los hombres de Silva hasta un vanguardista edificio de Shanghái, en la que el juego de luces, sombras y reflejos dota de personalidad a una secuencia que puede ser vista como una reelaboración del famoso tiroteo en la sala de espejos de La dama de Shanghái (The lady from Shanghai, Orson Welles, 1947). No menos brillante resulta la aportación de los colaboradores habituales de Mendes, entre ellos el gran compositor Thomas Newman, quien conjuga con maestría su propio estilo con el universo musical de 007, y el prestigioso operador Roger Deakins, responsable de la que en mi opinión ya puede ser considerada como la mejor fotografía de toda la saga, tal y como atestiguan imágenes tan fascinantes como la llegada en barca al casino de Macao o la visita de Bond al paisaje escocés en el que creció.

     Como no podía ser de otro modo tratándose de un título que reivindica la tradición fílmica de 007, Skyfall homenajea a las anteriores entregas de la saga con multitud de guiños y referencias, algunas bastante significativas. Así, la idea de que Bond sea dado por muerto al principio de la película está retomada de Sólo se vive dos veces (You only live twice, Lewis Gilbert, 1967); el nuevo Q (Ben Whishaw) le entrega a 007 una pistola con sistema de reconocimiento táctil, similar al fusil que aparecía en Licencia para matar (Licence to kill, John Glen, 1989), y un dispositivo con señal de socorro, como la cápsula usada para similares fines en Operación Trueno (Thunderball, Terence Young, 1965); la enfermiza relación que Sévérine mantiene con Silva recuerda a la que mantenían Andrea (Maud Adams) y Scaramanga (Christopher Lee) en El hombre de la pistola de oro (The man with the golden gun, Guy Hamilton, 1974); el relato de las torturas que sufrió Silva tras ser traicionado por M trae a la memoria el calvario que el propio Bond pasaba en las primeras secuencias de Muere otro día (Die another day, Lee Tamahori, 2002); la imagen del protagonista con una mujer muerta en sus brazos rinde tributo al famoso final de Al servicio secreto de Su Majestad (On her majesty’s secret service, Peter Hunt, 1969)… Incluso el estrafalario aspecto físico de Silva no deja de recordar a otros grandes villanos de la saga: el tinte rubio de su cabello coincide con el de Max Zorin (Christopher Walken) en Panorama para matar (A view to a kill, John Glen, 1985), mientras que los escalofriantes estragos que el cianuro ha provocado en su rostro retrotraen a peculiaridades físicas tan llamativas como la cicatriz que cruza la cara de Blofeld (Donald Pleasence) en Sólo se vive dos veces, la dentadura metálica de Tiburón (Richard Kiel) en La espía que me amó (The spy who loved me, Lewis Gilbert, 1977), la bala alojada en el cráneo de Renard (Robert Carlyle) en El mundo nunca es suficiente (The world is not enough, Michael Apted, 1999) o la disfunción en el conducto lagrimal que provoca que Le Chiffre (Mads Mikkelsen) llore sangre en Casino Royale, por citar tan solo unos pocos ejemplos.

     Más allá del puro homenaje, otras referencias cinéfilas son utilizadas para definir hasta qué punto el Bond de Daniel Craig se acerca o se aleja del de los anteriores actores que dieron vida al personaje. Sin ir más lejos, 007 se sorprende ante la escasa sofisticación de los artilugios proporcionados por Q, a lo que éste responde “¿Qué esperabas, bolígrafos que explotan?”, en una clara referencia a Goldeneye (id, Martin Campbell, 1995), el primer Bond interpretado por Pierce Brosnan. Más adelante, cuando el protagonista decide viajar “al pasado”, se pone al volante de su icónico Aston Martin DB5, armado además con los mismos gadgets que estrenaba Sean Connery en James Bond contra Goldfinger (Goldfinger, Guy Hamilton, 1964). En cierto modo la destrucción de ese mismo coche hacia el final de la película sugiere que cuando James Bond vuelve la vista atrás no lo hace para recrearse en su pasado, sino para reunir fuerzas para encarar el futuro.

     Quizá dentro de unos años seremos los propios espectadores los que echaremos la vista atrás y nos referiremos a Skyfall como a una de las mejores películas de James Bond.


sábado, 27 de octubre de 2012

Las mejores películas de James Bond



     Hasta donde llega mi memoria siempre he sido un admirador de la saga cinematográfica de James Bond, un ciclo de más de veinte películas por las que siento un cariño muy especial. Cincuenta años han pasado desde el debut de Sean Connery como en el mítico agente 007 creado originalmente por el escritor Ian Fleming. Durante estas cinco décadas, Bond ha logrado sobrevivir al fin de la Guerra Fría y al abandono de la franquicia por parte de Connery, quien posteriormente iría siendo reemplazado por otros intérpretes que, cada uno a su modo, aportarían su propia reinterpretación del personaje: George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig. El quincuagésimo aniversario de la serie Bond y el inminente estreno de Skyfall (id, Sam Mendes, 2012), la prometedora tercera entrega protagonizada por Daniel Craig, hacen de este un momento perfecto para recordar las más brillantes aproximaciones a uno de los grandes iconos de la cultura de masas. Lo que sigue es una selección personal de las diez mejores películas protagonizadas por el más famoso de los agentes secretos durante su primer medio siglo de vida:

1.  James Bond contra Goldfinger


     A pesar de la brillantez de los dos primeros títulos protagonizados por el agente 007, James Bond contra Goldfinger (Goldfinger, Guy Hamilton, 1964) fue la película que marcó definitivamente las características fundamentales de la saga, desatando además el fenómeno de la bondmania en la década de los 60. Y es que todo funciona a la perfección en esta trepidante película: desde la suprema interpretación de Sean Connery, el mejor Bond de la historia, hasta la formidable encarnación de Gert Fröbe como el malvado Goldfinger, pasando por la famosa canción de los títulos de crédito interpretada por Shirley Bassey o la excelente banda sonora de John Barry, el compositor que definió para siempre el estilo musical del personaje. Dos escenas para el recuerdo: el descubrimiento de una chica Bond (Shirley Eaton) cubierta de pintura de oro y la secuencia en la que un indefenso y maniatado 007 trata de convencer a Goldfinger para que le libere mientras un rayo láser avanza lentamente hacia su entrepierna…

2. Casino Royale


     Con Casino Royale (id, Martin Campbell, 2006) la saga Bond tomó un drástico cambio de rumbo, eliminando la continuidad con las anteriores aventuras cinematográficas de 007 para narrar sus inicios en el mundo del espionaje. Pero lo realmente sorprendente de esta película es cómo consigue adaptar la primera novela de Ian Fleming mejorándola en muchos aspectos y tomándola como pretexto para trasladar la esencia de Bond al siglo XXI. Daniel Craig no podría haber empezado con mejor pie su andadura en la saga, interpretando a un Bond más frío, duro e implacable que nunca pero con una serie de defectos que le humanizan. A destacar el resto del memorable reparto, con una fascinante Eva Green, un inquietante Mads Mikkelsen, un entrañable Giancarlo Giannini y una Judi Dench mejor aprovechada que en sus anteriores apariciones en la serie.

3. Desde Rusia con amor


     Basada en la que para muchos es la mejor novela de Fleming, Desde Rusia con amor (From Russia with love, Terence Young, 1963) es la entrega en la que toma protagonismo SPECTRA, la misteriosa organización criminal capitaneada por Ernst Stavro Blofeld, un villano de esquiva presencia que recuerda poderosamente al doctor Mabuse de Fritz Lang. Las referencias no acaban ahí, pues Desde Rusia con amor es también la película más hitchcockiana de la serie, en la que no faltan ni el macguffin (la Lektor, una máquina decodificadora codiciada por Bond, por los soviéticos y por SPECTRA) ni un largo fragmento situado en un tren plagado de espías: el cara a cara que se produce entre Bond y el despiadado asesino Red Grant (un excelente Robert Shaw) en un pequeño compartimento del Orient Express está cargado de emoción y suspense.

4. Licencia para matar


     De todos los intérpretes que han dado vida a Bond, Timothy Dalton es sin duda el más infravalorado. Con tan solo dos películas Dalton consiguió humanizar al espía creado por Ian Fleming poniendo el acento en los claroscuros de su personalidad y mostrándolo como un asesino cansado de su trabajo. Licencia para matar (Licence to kill, John Glen, 1989) no solo supone la mejor aproximación de Dalton al personaje, sino también el episodio más violento y visceral de la filmografía bondiana, con 007 abandonando momentáneamente sus obligaciones en el servicio secreto británico para llevar a cabo una venganza personal contra el barón de la droga Frank Sanchez (Robert Davi). Un título a reivindicar de una vez por todas como una de las mejores películas de acción de los años 80.

5. Al servicio secreto de Su Majestad


     Considerada durante años como un fracaso por ser la única película de la serie protagonizada por George Lazenby, Al servicio secreto de Su Majestad (On her majesty’s secret service, Peter Hunt, 1969) ha visto cómo su prestigio aumentaba con el paso de los años. Y no es para menos, pues estamos ante la aventura más romántica de Bond que sigue sorprendiendo por su arriesgado desenlace. Las persecuciones en la nieve se encuentran entre lo más espectacular de la saga y el escaso carisma de Lazenby (quien en cambio aportó una notable vulnerabilidad al personaje que se echa en falta en otros títulos) está compensado por las brillantes actuaciones de Diana Rigg y Telly Savalas, este último el mejor Blofeld que ha dado el cine. La película se ve beneficiada además por la mejor banda sonora de la serie, en la que la magistral partitura de John Barry está complementada por la espléndida canción “We have all the time in the world” interpretada por Louis Armstrong.

6. La espía que me amó


     A pesar de ser ya la tercera película con Roger Moore en el papel de James Bond, La espía que me amó (The spy who loved me, Lewis Gilbert, 1977) es la entrega que contiene las principales características que definirán la etapa protagonizada por este actor inglés: espectacularidad por todos los lados, decorados imaginativos y llenos de fantasía, un sentido del humor que recorre toda la trama y un villano dispuesto a destruir el mundo, en este caso Stromberg (Curd Jürgens), un misántropo amante del mar con más de un punto en común con el Capitán Nemo creado por Julio Verne. Pero si por algo destaca esta película es por contener una de las historias de amor más interesantes de toda la saga, la que protagonizan el agente 007 y la espía soviética Triple X a la que da vida una irresistible Barbara Bach. La canción “Nobody does it better”, interpretada por Carly Simon, es uno de los grandes clásicos musicales de la serie.

7. Sólo para sus ojos


     Tras algunos excesos en entregas anteriores, que habían situado al espía británico al borde de la autoparodia, Roger Moore regresó a un tratamiento más serio y verosímil con Sólo para sus ojos (For your eyes only, John Glen, 1981). Este cambio de rumbo fue muy apreciable gracias a un interesante guión que, más allá de sus puntos de contacto con Desde Rusia con amor, se caracteriza por narrar la historia de varias venganzas entrecruzadas: la de Bond contra el asesino de uno de sus aliados, la de Melina (Carole Bouquet) contra el responsable de la muerte de sus padres y la del contrabandista Columbo (Topol) contra el traidor que trata de inculparle varios crímenes. A reseñar secuencias de acción tan logradas como aquella en la que Bond y Melina son arrastrados por unas aguas repletas de tiburones, así como la carismática presencia de Topol en el papel de ese simpático Columbo situado a ambos lados de la ley.

8. Agente 007 contra el doctor No


     El primer largometraje protagonizado por James Bond posee un encanto al que no resulta fácil resistirse. Con una primera parte centrada en una investigación casi policial y una segunda de aventuras exóticas al estilo de El malvado Zaroff (The most dangerous game, Irving Pichel y Ernest B. Schoedsack, 1932), Agente 007 contra el doctor No (Dr. No, Terence Young, 1962) exhibe clasicismo por los cuatro costados y funciona magníficamente como carta de presentación del más famoso espía con licencia para matar. El doctor No (Joseph Wiseman), ese malvado científico oculto en una isla maldita sobre la que nadie se atreve a poner el pie, se erige como el primer gran villano de la serie, mientras que Honey Rider (Ursula Andress) es la primera gran chica Bond y una de las más inolvidables. La imagen de Honey surgiendo del agua con su mítico bikini blanco es uno de los grandes iconos del cine de los 60, pero la escena de presentación de Bond durante una partida de cartas también vale su peso en oro.

9. Nunca digas nunca jamás


     Nunca digas nunca jamás (Never say never again, Irvin Kershner, 1983) es un título muy especial por varios motivos: por su carácter apócrifo al ser la única película de 007 realizada al margen de la franquicia creada por Albert R. Broccoli y Harry Saltzman; por tratarse de un remake al tomar como base el mismo argumento en el que ya se había inspirado Operación Trueno (Thunderball, Terence Young, 1965); y por suponer la última aparición de Bond bajo los rasgos de Sean Connery, quien tras varios años alejado de la saga regresó al personaje con el que saltó a la fama. Y ese es precisamente el mayor atractivo de Nunca digas nunca jamás: la divertida e irónica interpretación de Connery, quien consciente de su edad y de su madurez como intérprete encarna a un Bond en decadencia y a un paso del retiro pero que, reacio a dejarse vencer por el paso de los años, vive sus aventuras con la misma actitud irreverente que exhibía cuando ingresó en el servicio secreto británico. Mención especial para Fatima Blush, una perversa e insaciable asesina a la que da vida una explosiva Barbara Carrera.

10. El mundo nunca es suficiente


     En mi opinión el mejor Bond interpretado por Pierce Brosnan, El mundo nunca es suficiente (The world is not enough, Michael Apted, 1999) aporta numerosos elementos de gran interés, entre ellos una mayor implicación emocional de Bond en su misión que viene sugerida por el propio título de la película, una referencia a Al servicio secreto de Su Majestad. Pero a diferencia del título protagonizado por Lazenby, en esta ocasión el gran enemigo de 007 no será un hombre sino una mujer: si en un primer momento el villano de la película parece ser Renard (Robert Carlyle), un terrorista con una bala alojada en su cerebro que le hace insensible al dolor físico, al final será la atractiva Elektra King (una estupenda Sophie Marceau) la que acabará demostrando su capacidad para manipular a todo hombre que caiga en sus brazos. La espectacularidad es otro de los puntos fuertes de esta entrega: la persecución en lancha por el río Támesis es una de las mejores secuencias de acción de toda la saga.

viernes, 5 de octubre de 2012

Michael Giacchino y los mejores temas musicales de PERDIDOS



     Advertencia: Recomiendo a todo aquel que desconozca la serie de televisión Perdidos que no lea el siguiente artículo a menos que no le importe conocer algunas características fundamentales de la trama y de sus personajes. Aunque los aspectos de la serie a los que me referiré representan una ínfima parte de los cientos de sorpresas que depara Perdidos, una serie como esta merece ser disfrutada con la menor cantidad de información previa que sea posible.

     Creada por J.J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Lieber, Perdidos (Lost) empezó a ser emitida en noviembre de 2004, finalizando en mayo de 2010 tras seis temporadas que la convirtieron en una de las series de televisión más populares de las últimas décadas. Estos seis años también fueron fundamentales para la trayectoria profesional del compositor de su banda sonora, Michael Giacchino: si poco después del inicio de la serie el músico lograba su primer gran éxito en el mundo del cine con Los increíbles (The incredibles, Brad Bird, 2004), en el momento de la emisión del último capítulo de Perdidos Giacchino acababa de obtener un Oscar por la partitura de Up (id, Pete Docter y Bob Peterson, 2009) y ya era unánimemente reconocido como uno de los mejores compositores de bandas sonoras en activo. La partitura de Perdidos se encuentra de este modo en una etapa crucial de la obra de este compositor, siendo además uno de sus trabajos más admirados. Y es que la extraordinaria música de Giacchino acabó convirtiéndose en una de las principales señas de identidad de esta serie protagonizada por los supervivientes del vuelo 815 de la compañía aérea Oceanic que, en el transcurso de un viaje de Sídney a Los Ángeles, se estrella en una isla en la que todo es posible.

     A lo largo de las seis temporadas de Perdidos, el compositor de Super 8 (id, J.J. Abrams, 2011) construyó un apasionante e inconfundible universo musical compuesto por decenas de leitmotivs dedicados a todos los personajes importantes de la trama, así como por magníficos temas de amor, acción y misterio que ayudaron a engrandecer una serie en mi opinión fascinante a pesar sus (pequeñas) imperfecciones. El resultado no solo es la obra más completa y memorable de su compositor, sino probablemente una de las bandas sonoras más impresionantes jamás compuestas para una serie televisiva. Es tal la riqueza de esta espléndida partitura que casi cualquier análisis que se le dedique tiene que resultar forzosamente superficial o incompleto; al respecto recomiendo la lectura del exhaustivo y excepcional estudio llevado a cabo por Óscar Giménez en la imprescindible web BsoSpirit. Mi pequeña aproximación a la banda sonora de Perdidos consistirá en cambio en una selección puramente subjetiva de sus diez mejores temas, secuenciados aproximadamente según el orden cronológico con el que aparecen en la serie o adquieren un papel relevante en la partitura.

El tema de la vida y la muerte

     De entre la multitud de temas compuestos por Giacchino para Perdidos, probablemente el más famoso de todos sea el tema de la vida y la muerte, una hermosa melodía de piano que aparece en algunos de los momentos más importantes de la historia. Su primera gran aparición se produce en la primera temporada, cuando uno de los personajes principales fallece al mismo tiempo que Claire (Emilie de Ravin) da a luz a su hijo Aaron. A partir de este momento el tema de la vida y la muerte suele aparecer con diferentes variaciones casi siempre que uno de los pasajeros del vuelo 815 muere, aunque la mejor versión de dicho tema aparece durante la extraordinaria secuencia que pone fin a la primera temporada. Si hasta ese momento de la serie hemos ido conociendo el pasado de sus protagonistas y los motivos que les llevaron a emprender el viaje de Sídney a Los Ángeles, en un último flashback por fin les vemos subir a bordo del avión que cambiará sus vidas para siempre. El excepcional talento de Giacchino para pasar de la emotividad al suspense en un abrir y cerrar de ojos queda reflejado hacia el final de la secuencia, cuando la acción regresa al presente y Jack (Matthew Fox) y Locke (un antológico Terry O’Quinn) asoman la mirada por una extraña escotilla que no desvelará sus misterios hasta la segunda temporada.


Los temas de Locke

     En mi opinión el mayor atractivo de Perdidos no reside en sus constantes giros argumentales ni en su interminable sucesión de misterios, sino en su extensa y fascinante galería de personajes. En este sentido resultan fundamentales los innumerables flashbacks que, sobre todo durante las tres primeras temporadas de la serie, muestran cómo eran las extrañas vidas de los protagonistas antes de que el destino les uniera en la enigmática isla. Estos constantes saltos temporales no solo consiguen dotar de gran misterio a los personajes, sino que además les confiere infinidad de matices humanos, logrando que todos ellos sean difíciles de olvidar para el espectador. Uno de los personajes más memorables es sin duda John Locke, quien a diferencia de los demás supervivientes no ve su reclusión en la isla como una maldición sino como una segunda oportunidad. Y es que la vida de Locke adquiere un sentido en la isla que nunca tuvo fuera de ella, tal y como se encargan de demostrar sus dolorosos recuerdos.

     Coherentemente con la idea de que la vida de Locke a partir de su llegada a la isla no tiene nada que ver con la de antes, Michael Giacchino le dedica no uno sino varios temas propios. El primero de ellos está relacionado con sus peligrosas aventuras en la isla, remarcando gracias a una poderosa percusión el valor y la valentía que convertirán a este personaje en una figura esencial para la supervivencia del grupo. La primera aparición de este tema se produce cuando Locke se da a conocer al resto de supervivientes demostrando un insospechado conocimiento del mundo de la caza y una inesperada habilidad con los cuchillos.


     Otro gran tema musical dedicado a Locke está en cambio relacionado con su pasado, acompañando los momentos más trágicos de su tortuosa existencia. La primera aparición de este leitmotiv se produce durante el famoso flashback que revela que antes de sufrir el accidente aéreo Locke sufría una parálisis que le impedía caminar… y que inexplicablemente recobró la sensibilidad de sus piernas en cuanto llegó a la isla.


El tema de Hugo

     Otro memorable personaje de Perdidos es Hugo Reyes, Hurley para los amigos, encarnado con gran simpatía por Jorge Garcia. Al igual que el resto de protagonistas, el entrañable Hugo demostrará esconder más de un secreto acerca de su pasado, especialmente en lo referente a una insólita maldición que parece perseguirle desde que usó ciertos números para ganar un importante premio de lotería. El principal tema musical asociado a Hugo es bastante sencillo pero tremendamente efectivo, y consiste básicamente en la repetición de unas pocas notas que, según la situación en la que aparecen, adquieren un tono distendido o por el contrario inquietante. Un buen ejemplo aparece durante el brillante flashback en el que Hugo visita a una mujer que le proporciona sorprendentes datos acerca de los intrigantes números, momento en el que la música adquiere un carácter misterioso y enfermizo.


El tema de la partida

     Otro de los grandes méritos de Perdidos es su talento para construir varias tramas paralelas que siempre acaban hallando su momento de máxima intensidad en los capítulos finales de cada temporada. Un gran ejemplo se encuentra hacia el final de la primera en uno de los momentos más recordados de la serie y de la obra de Giacchino: la partida de una expedición compuesta por Sawyer (Josh Holloway), Jin (Daniel Dae Kim), Michael (Harold Perrineau) y su hijo Walt (Malcolm David Kelley) en una balsa que ellos mismos han construido y con la que pretenden adentrarse en el mar en busca de ayuda. La belleza de la secuencia, con una primera parte en la que los cuatro personajes se despiden de sus amigos y una segunda en la que la nave inicia su viaje, está sublimada por la excepcional banda sonora, cuya fuerza crece gradualmente a medida que se acerca el momento de la partida. Se trata con toda probabilidad de uno de los mejores temas jamás compuestos por Michael Giacchino.


El tema de Juliet

     Si durante las dos primeras temporadas de la serie apenas se aporta información sobre los Otros, los enigmáticos habitantes de la isla que residen en ella desde hace décadas y que acosan constantemente a los protagonistas, durante la tercera temporada por fin se develan numerosas incógnitas sobre tan misterioso grupo. Sin embargo una de las mayores sorpresas la depara Juliet (una maravillosa Elizabeth Mitchell), quien a pesar de formar parte de los Otros permanece en la isla en contra de su voluntad y pronto demostrará tener tantas ganas de regresar a casa como los supervivientes del vuelo de Oceanic. El espléndido tema de Juliet aparece por primera vez en la secuencia en la que los Otros, con Jack como prisionero, se trasladan en barco a la isla principal desde la cercana isla Hydra; dicha secuencia relaciona a varias parejas de la serie, entre ellas la formada en ese momento por Sawyer y Kate (Evangeline Lilly), con los sugerentes cruces de miradas que intercambian Jack y Juliet, anunciando de este modo la importancia que la atractiva mujer tendrá en la evolución del triángulo amoroso formado por esos personajes.


El tema de Ben

     También en relación con los Otros aparece Ben Linus (un excelente Michael Emerson), uno de los personajes más interesantes y complejos de Perdidos. Tan despiadado como sensible, tan manipulador como valiente a la hora de proteger una isla por la que está dispuesto a darlo todo, Ben adquirirá poco a poco una riqueza de matices que trastocará su siniestra caracterización inicial. No es de extrañar en este sentido que la música que le dedica Giacchino refleje los claroscuros de su personalidad, describiendo tanto lo inquietante de sus métodos como lo nostálgico de su carácter. El tema de Ben aparece en incontables ocasiones, pero sin duda una de las más destacadas es la que ilustra el flashback que nos descubre la participación de este personaje en el conflicto que enfrentó a los Otros con los miembros de la Iniciativa Dharma, la misteriosa compañía que en el pasado realizaba extraños experimentos científicos en la isla. El paseo de Ben por el campamento Dharma, completamente desolado tras la muerte de todos sus habitantes, está acompañado por una hermosa y melancólica variación de su leitmotiv, que combina el piano con la sección de cuerda, en el que en mi opinión es uno de los mejores pasajes musicales de toda la serie.


El tema de amor de Desmond y Penny

     Además del triángulo amoroso formado por Jack, Kate y Sawyer, a lo largo de la serie se van consolidando diferentes historias de amor como las protagonizadas por Jin y Sun (Yunjin Kim), Charlie (Dominic Monaghan) y Claire o Sayid (Naveen Andrews) y Nadia (Andrea Gabriel). Sin embargo ninguna de ellas resulta tan conmovedora como la que describe la relación a distancia entre Desmond (un genial Henry Ian Cusick), un desesperado náufrago que lleva viviendo en la isla desde mucho antes de que llegaran a ella los supervivientes del vuelo 815, y Penny (Sonya Walger), la gran mujer de su vida a la que no ve desde hace años pero cuyo recuerdo le ayuda a seguir con vida. Giacchino dedica a estos dos personajes un extraordinario tema de amor cuyo romanticismo se desata en una de las secuencias más emocionantes de la serie, aquella en la que Desmond consigue hablar con Penny por primera vez en mucho tiempo gracias a una corta pero intensa llamada telefónica.


El tema de los seis de Oceanic

     Si durante las tres primeras temporadas de la serie las aventuras en la isla están enriquecidas por los recuerdos de cada uno de los protagonistas que aparecen visualizados en forma de flashbacks, en la cuarta temporada dicha pauta se rompe de manera inesperada. En una opción narrativa tan sorprendente como arriesgada, la acción empieza a saltar intermitentemente hacia adelante a través de numerosos flash-forwards que nos descubren, entre otras cosas, que varios de los personajes principales conseguirán regresar a sus hogares en un futuro próximo, si bien ello no significa que su relación con la isla vaya a terminar. Michael Giacchino despliega durante estos flash-forwards uno de los mejores temas de Perdidos, un emocionante leitmotiv dedicado a esos seis supervivientes del vuelo 815 de Oceanic que consiguen regresar a casa. Con una soberbia combinación de romanticismo y tristeza, en correspondencia con el desamparo de unos personajes que ya se sienten extraños en cualquier parte, esta melodía reaparecerá con frecuencia en las temporadas finales de la serie funcionando no solo como acompañamiento de esos seis personajes sino del grupo entero de supervivientes, convirtiéndose de este modo en uno de los temas más importantes de la partitura.


El tema de la llegada a Los Ángeles

     ¿Qué les habría sucedido a los protagonistas de Perdidos si el vuelo en el que viajaban no se hubiera estrellado en la isla? En cierto modo dicha pregunta halla su respuesta en la sexta y última temporada de la serie, durante la cual aparecen numerosas fugas narrativas en las que se especula sobre cómo habrían podido ser las vidas de los pasajeros del vuelo de Oceanic si éste hubiera conseguido llegar a Los Ángeles con completa normalidad. Si bien el sentido real de estas secuencias no queda del todo claro hasta el último episodio de Perdidos, lo cierto es que tan curiosa pauta narrativa funciona como un acertado contrapunto a la conclusión de las aventuras en la isla, aportando además secuencias de gran emoción. Una de ellas es sin duda la del esperado aterrizaje del vuelo 815 en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, secuencia embellecida por una melancólica melodía iniciada con el piano y a la que lentamente se le añade la sección de cuerda hasta lograr un crescendo de notable emotividad.


El tema final

     Jamás compartiré el rechazo que un gran número de seguidores de Perdidos sienten hacia la conmovedora secuencia con la que finaliza esta serie inolvidable. La conclusión de Perdidos me parece sencillamente maravillosa, y por varios motivos: primero, por finalizar la serie con una nueva e inesperada vuelta de tuerca, obligando al espectador a replantearse gran parte de lo visto durante los últimos capítulos; segundo, por lograr una secuencia de gran intensidad emocional que quedará grabada en la memoria de todo aquel que haya llegado a sentir un gran cariño hacia los personajes de la serie; tercero, por el magnífico modo con el que consigue cerrar la historia enlazando con el inicio de la serie y, al mismo tiempo, expandiendo sus horizontes narrativos; y cuarto, por el memorable acompañamiento musical de Michael Giacchino, quien da lo mejor de sí mismo en el tema final de su fascinante banda sonora. Este tema, de casi ocho minutos de duración, tiene una primera parte centrada en el personaje de Jack, con una versión lenta e intimista de su leitmotiv, y una segunda en la que aparecen los demás protagonistas de la serie, momento en el que la emoción se desata con una portentosa combinación de varios temas referidos al grupo colectivo de personajes, entre ellos el de los seis de Oceanic y el de la vida y la muerte. Un broche de oro magistral para una monumental partitura destinada a marcar un antes y un después en las bandas sonoras compuestas para la televisión.


miércoles, 22 de agosto de 2012

El señor de la noche según Christopher Nolan. Tercera parte: EL CABALLERO OSCURO: LA LEYENDA RENACE


     A la hora de afrontar la tercera y última parte de su saga dedicada al hombre murciélago, Christopher Nolan ha asumido la difícil tarea de crear una película que cierre los arcos argumentales abiertos en Batman begins (id, 2005) y El caballero oscuro (The dark knight, 2008) sin que ello suponga eliminar la posibilidad de que otro realizador pueda continuar con la crónica de la lucha contra el crimen en la ciudad de Gotham. Es por ello que El caballero oscuro: La leyenda renace (The dark knight rises, 2012) se esfuerza por conectar su trama con la de los dos títulos que la preceden, a fin de dotar a la trilogía de una cierta unidad de conjunto, al tiempo que abre el camino a nuevas aventuras basadas en los personajes creados por Bob Kane. Pero lo que finalmente acaba destacando en El caballero oscuro: La leyenda renace es el modo con que pone fin al viaje vital iniciado por Bruce Wayne/Batman (un espléndido Christian Bale) en la primera entrega de la serie.

     Como ya hicieron las dos primeras entregas de la trilogía, El caballero oscuro: La leyenda renace recoge numerosos elementos procedentes de algunos de los mejores cómics protagonizados por Batman. En esta ocasión, y al igual que Frank Miller en su mítica novela gráfica El regreso del señor de la noche (1986), Christopher Nolan narra el regreso a la acción de un maduro Batman tras numerosos años de ausencia. Es por ello que toda la parte inicial de la película está marcada por un intenso aroma crepuscular, y no solo porque Bruce Wayne se encuentre prematuramente envejecido y con el cuerpo deteriorado por los efectos de su cruzada secreta contra el mal, sino por los cambios que se han producido en Gotham desde los hechos narrados en El caballero oscuro. Durante todo este tiempo Wayne se ha aislado del mundo exterior, recluyéndose en su lujosa mansión y generando rumores que le comparan con Howard Hughes; su colaborador Alfred (Michael Caine) ha seguido engañándole acerca de Rachel (interpretada por Katie Holmes en Batman begins y por Maggie Gyllenhaal en El caballero oscuro), haciéndole creer que ella le seguía amando en el momento de su muerte; el comisario James Gordon (Gary Oldman) ha convertido en leyenda la figura del desaparecido fiscal Harvey Dent (interpretado por Aaron Eckhart en El caballero oscuro), mintiendo sobre las condiciones de su muerte y utilizando su supuesto asesinato para endurecer el sistema penal, consiguiendo de este modo eliminar el crimen organizado de Gotham… Todo este mundo, aparentemente apacible pero fundamentado en la mentira, estallará en pedazos cuando el mal emerja de entre los cimientos de la ciudad.

     No es una casualidad que Bane (Tom Hardy), el peligroso malvado que obliga a Bruce Wayne a volver a enfundarse su traje de justiciero, esté fuertemente vinculado a su pasado. Perteneciente a La liga de las sombras, la misteriosa organización en la que Bruce estuvo a punto de ingresar antes de convertirse en Batman, y discípulo de Ra’s al Ghul (Liam Neeson), mentor y a la postre rival del protagonista durante los hechos narrados en Batman begins, Bane es un villano despiadado y cruel que se define a sí mismo como “el Apocalipsis de Gotham” y a quien el codicioso Dagget (Ben Mendelsohn) califica como “el demonio en persona”. Con la mayor parte del rostro cubierto por una siniestra máscara que alivia su dolor crónico, Bane prepara la destrucción de Gotham desde su sede de operaciones en las alcantarillas, decorado que no solo permite analogías con la Batcueva de Batman sino que además subraya la idea de un mal que durante mucho tiempo ha permanecido oculto bajo la superficie, esperando el momento oportuno para atacar a una civilización corrupta hasta sus raíces. Pero si algo caracteriza a Bane es su falta de compasión: no solo es capaz de asesinar con una inquietante facilidad (en ocasiones simplemente posando una mano sobre sus víctimas), sino que disfruta ocasionando falsas esperanzas a los habitantes de una urbe que ya ha sido condenada. Es por ello que no duda en ocultar sus planes terroristas bajo la engañosa imagen de una revolución social similar a la francesa: momentos concretos de su plan incluyen la liberación de los presos de Gotham (una posible referencia a la toma de la Bastilla) o la celebración de juicios populares (comparables a los celebrados en París durante la época del Terror) en los que se sentencia a muerte a miembros de la clase alta de la ciudad, enmascarando de esta forma un proyecto de destrucción que en realidad pretende la aniquilación de miembros de todas las clases sociales.

     Aunque las acciones criminales de Bane suponen el catalizador que provoca la reaparición de Batman, éste afronta inicialmente su regreso a la acción como un proceso de autodestrucción. El doloroso recuerdo de la muerte de Rachel, que le ha convertido en un fantasma en vida incapaz de sobreponerse a la enésima pérdida de un ser querido, llevará a Bruce a enfundarse de nuevo el traje de murciélago como única forma posible de purgar sus pecados. Resulta especialmente significativa la secuencia en la que Bruce acude a un baile de disfraces siendo él el único asistente que no lleva máscara: tal y como le comenta irónicamente a la ladrona Selina Kyle, alias Catwoman (una excelente, y sensual, Anne Hathaway), en realidad su disfraz es el de un multimillonario superficial y misántropo que en el fondo oculta a un ser atormentado incapaz de comenzar una nueva vida. Con este sentimiento de eterna frustración no es de extrañar que las primeras incursiones nocturnas de Batman tras su época de inactividad sean tan erráticas: su reaparición durante el curso de una persecución policial no hará otra cosa que desviar la atención de las autoridades permitiendo la huida de Bane, mientras que su primer enfrentamiento con el villano se saldará con una brutal derrota y con su incapacitación temporal. Es por ello que Alfred le revelará a su amo que, momentos antes de su muerte, Rachel había decidido olvidarle para casarse con Harvey Dent; aunque Alfred sabe que sacar a la luz tan dolorosa verdad supondrá un antes y un después en su amistad con Bruce, también es consciente de que se trata del único modo posible de parar el viaje hacia la inmolación de su mejor amigo.

     Lo que acaba proponiendo El caballero oscuro: La leyenda renace es un descenso a los infiernos de Bruce Wayne y su posterior resurrección tras la aceptación de sus debilidades humanas. Confinado por Bane en una claustrofóbica prisión en algún remoto lugar de Asia, Wayne deberá superar un duro proceso de sufrimiento y redención solo tras el cual será capaz de regresar a su ciudad para salvarla. De hecho este proceso supondrá para el protagonista recorrer el camino inverso al que llevó a cabo durante los hechos narrados en Batman begins: si en el pasado Wayne tuvo que aprender a afrontar sus temores para poder convertirse en un justiciero capaz de aterrorizar a los delincuentes, en esta ocasión solo será capaz de escapar de su confinamiento tras admitir que tiene miedo a morir, paso ineludible para poder escalar el pozo que le conducirá a la libertad y que solo puede superar quien tenga en alta estima su propia existencia. No resulta casual que en el crucial momento en el que Wayne consigue salir al exterior tras meses de enclaustramiento aparezca ante él una bandada de murciélagos, símbolos de los miedos del protagonista que no aparecían en la trilogía desde que éste aprendió a dejar de temerlos en Batman begins.

     La parte final de la película narra el regreso triunfal del hombre murciélago a Gotham. Es en este momento cuando Wayne logra culminar su proyecto de convertir a Batman en un símbolo capaz de despertar el coraje de los desamparados habitantes de la ciudad. De hecho durante su ausencia el joven e idealista policía John Blake (un sensacional Joseph Gordon-Levitt) ya ha invocado la figura de Batman esbozando su figura con tiza en diferentes rincones de Gotham, otorgando al héroe un carácter legendario que éste alimentará al iluminar con fuego un gigantesco símbolo de murciélago que anuncia su regreso a la ciudad. Significativamente la catártica lucha final de Batman contra los hombres de Bane se producirá al amanecer, siendo esta la única ocasión en la que se dejará ver a plena luz del día, y luchando codo a codo con unos agentes del orden que meses antes trataban de detenerle. Sin embargo esa misma redención final del héroe, capaz de infundir valor incluso a un policía tan poco ejemplar como Foley (Matthew Modine), supondrá la toma de conciencia definitiva de Blake: su gesto al lanzar su placa de policía al mar, idéntico al de Clint Eastwood en la última secuencia de Harry el sucio (Dirty Harry, Don Siegel, 1971), anuncia su pérdida de fe en un sistema cuya ineficacia convierte en necesaria la existencia de un justiciero anónimo como Batman.

     Aunque quizá no alcance la brillantez del segundo capítulo de la saga, El caballero oscuro: La leyenda renace es una intensa película narrada con brío y elegancia por Christopher Nolan. En este sentido cabe destacar la fuerza de secuencias tan abrumadoras como la fuga de Bane de un avión en pleno vuelo -una nueva referencia de Nolan a las películas de James Bond, en este caso a Licencia para matar (Licence to kill, John Glen, 1989)-, la ya citada irrupción de Batman en una persecución automovilística o la espectacular carga final de cientos de policías contra los esbirros del villano. Pero si existe en esta película una escena digna de ser recordada esa es sin duda la del primer enfrentamiento entre Batman y Bane: dotada de una violencia absolutamente brutal, dicha secuencia pone de manifiesto la indefensión del hombre murciélago ante un enemigo que le supera a todos los niveles, idea potenciada gracias a la ausencia de música durante todo el combate, lo que dota de gran dramatismo a los escalofriantes gritos de dolor de Batman, y a un montaje más pausado que el de las restantes secuencias de acción, remarcando de este modo la lentitud de movimientos de un héroe que demuestra ser mucho menos invencible de lo que parecía en el pasado.

     El caballero oscuro: La leyenda renace culmina con un epílogo con el que Christopher Nolan pone punto final a su visión del hombre murciélago de un modo tan arriesgado como eficaz (atención: SPOILER). Tras la supuesta muerte tanto de Batman como de Bruce Wayne, el entrañable Alfred ve cumplir sus sueños al descubrir que su antiguo amo disfruta de una nueva vida en compañía de Selina, una mujer que como él buscaba dejar atrás un tenebroso pasado. Bruce Wayne ha conseguido por fin dejar atrás sus obsesiones tras crear un símbolo capaz de dotar de esperanza a los habitantes de Gotham. Pero aunque Batman haya desaparecido (¿para siempre?), la ciudad será vigilada bajo la atenta mirada de John Blake, quien en la última secuencia de la película revela que su segundo nombre es Robin e irrumpe en la Batcueva dispuesto a dar continuidad al legado del señor de la noche.


viernes, 20 de julio de 2012

El señor de la noche según Christopher Nolan. Segunda parte: EL CABALLERO OSCURO


     Dentro de la filmografía de Christopher Nolan, El caballero oscuro (The dark knight, 2008) no solo supone la segunda pieza de su trilogía dedicada al hombre murciélago, sino también su primera secuela. En este sentido la continuación de Batman begins (id, 2005) no deja de resultar una secuela atípica y poco convencional, que se aleja bastante del planteamiento dramático de la primera entrega para emprender un camino distinto y arriesgado, lo que le permite a Nolan profundizar en sus personajes y en las relaciones que se establecen entre ellos. Pero sin duda si algo destaca en El caballero oscuro es la intensidad, pocas veces igualada, con la que narra el enfrentamiento entre un héroe y su adversario, en este caso el Joker interpretado por un antológico Heath Ledger.

     Si en Batman begins destacaba la influencia de la novela gráfica de Frank Miller y David Mazzucchelli Batman: Año Uno (1987), en El caballero oscuro puede apreciarse la huella de El largo Halloween (1997), celebrada serie de cómics escrita por Jeph Loeb e ilustrada por Tim Sale. Al igual que en El largo Halloween, el motor de la trama de El caballero oscuro es la colaboración a tres bandas entre Bruce Wayne/Batman (Christian Bale), el comisario James Gordon (Gary Oldman) y el fiscal Havey Dent (excelente Aaron Eckhart) para acabar de una vez por todas con el crimen organizado de la ciudad de Gotham. Este pacto, casi un triunvirato como los que surgieron durante la república romana (no en vano aparecen pequeñas referencias a la antigua Roma a lo largo de la película), describe a la perfección la función que Batman ha asumido para el mantenimiento del orden en su ciudad: mientras que Gordon está dispuesto a llevar a los delincuentes ante la justicia y Dent a hacer todo lo posible para que paguen por sus crímenes con la cárcel, el justiciero enmascarado aparece como la fuerza que hace que todo ello sea posible, atrapando a criminales que están fuera del alcance de la policía o que se escudan tras leyes jurisdiccionales. Al respecto merecen ser destacadas secuencias tan espléndidas como el violento interrogatorio ejercido por el hombre murciélago contra el Joker en plenas dependencias policiales o aquella en la que Batman viaja hasta Hong Kong para atrapar a Lau (Chin Han), un contable encargado de blanquear el dinero sucio de la mafia que ha escapado de las autoridades de Gotham; dicha secuencia, excelentemente filmada, culmina con un nuevo guiño de Nolan a la serie cinematográfica de James Bond, en concreto a Operación Trueno (Thunderball, Terence Young, 1965), cuando el señor de la noche secuestra a Lau por vía aérea ante la atónita mirada de los agentes de seguridad que protegían al delincuente.

     Si la figura de Batman representa para las fuerzas del orden la posibilidad de cruzar fronteras inquebrantables para ellos en la lucha contra el crimen, Harvey Dent representa para el hombre murciélago la promesa de un futuro sin delincuencia en el que ya no será necesaria la existencia del señor de la noche. Y es que, a pesar de que la acción de El caballero oscuro transcurre unos pocos meses después de la de Batman begins, Wayne aparece ya muy cansado de los avatares ocasionados por su doble vida: su cuerpo muestra grandes contusiones fruto de sus rondas nocturnas y no deja de soñar con la idea de que el honrado fiscal limpie las calles de Gotham para siempre, lo que le permitiría a Bruce la oportunidad de vivir en paz junto a su amada Rachel (Maggie Gyllenhaal). Haciendo gala de un notable pesimismo, el resto de la película se encargará de mostrar cómo el proyecto de materializar esos sueños de esperanza supondrá un completo fracaso debido a los anárquicos planes del Joker, una de esas extrañas personas que según Alfred (Michael Caine) “solo quieren ver arder el mundo”.

     Y es que, si Batman lucha por establecer el orden en Gotham, el Joker aboga por un mundo sin límites reinado por el caos. El malvado villano surge de este modo como una figura opuesta pero complementaria a la del hombre murciélago, idea remarcada por Nolan con el paralelismo con el que muestra las acciones de los dos antagonistas. De este modo, en su primera aparición el Joker elimina uno por uno a los matones que le han ayudado en un atraco y que lucen disfraces de payaso similares al suyo; en la secuencia posterior, Batman se ve obligado a reducir a un puñado de imitadores que también se visten de hombres murciélago para tomarse la justicia por su mano: tanto el Joker como Batman son capaces de contagiar sus ideales, pero ambos necesitan actuar por sí mismos porque nadie más es capaz de llegar tan lejos como ellos. Por otro lado, a pesar de que al principio el Joker ofrece sus servicios a la mafia y Batman cuenta con el beneplácito de los ciudadanos y de las fuerzas policiales, al final ambos acabarán siendo repudiados por todos aquellos que inicialmente les apoyaban, revelando la hipocresía de una sociedad que no está dispuesta a asumir el precio de su estabilidad.

     Christopher Nolan y el desaparecido actor Heath Ledger llevaron a cabo una fascinante reinterpretación del enemigo por antonomasia del hombre murciélago incidiendo en su componente anárquico y en su crueldad. En lo referente a lo primero, llama la atención que El caballero oscuro sea la primera película de Nolan narrada estrictamente en orden cronológico. No obstante esa linealidad del relato acaba resultando aún menos convencional que los saltos en el tiempo de Batman begins, pues de este modo Nolan vence a la tentación de narrar el pasado del Joker a través de flashbacks y convierte el origen del villano en uno de los mayores enigmas de su filmografía; de hecho las diferentes versiones que el Joker explica acerca del modo en que sufrió los terribles cortes que deforman su rostro sugieren la idea de que se trata de un personaje sin pasado, una fuerza maligna que parece existir únicamente para luchar eternamente contra Batman y sumir así a la población de Gotham en un estado interminable de caos. Por lo que respecta a la crueldad, destaca la fijación del Joker por las armas blancas, tanto por los cuchillos que usa para desfigurar a sus víctimas como por la cuchilla que emerge letalmente de la punta de su zapato, una nueva referencia a James Bond y más concretamente a Desde Rusia con amor (From Russia with love, Terence Young, 1963); tal y como explicará con enfermizo deleite, el Joker disfruta de este tipo de armas porque le permiten asesinar a sus víctimas muy despacio, dejándole saborear cada instante del sufrimiento ajeno…

     De un modo similar a como sucedía en La broma asesina (1988), escrita por Alan Moore, ilustrada por Brian Bolland y posiblemente la mejor obra dedicada al personaje, el Joker no parará en su propósito de demostrar que, en situaciones excepcionales, cualquier persona sometida a una gran presión es capaz de convertirse en un monstruo como él. De este modo amenazará con asesinar cada día a un inocente hasta que Batman se entregue y se quite la máscara; más tarde, y tras cambiar de opinión, amenazará con destruir un hospital si la identidad secreta de Batman es revelada, provocando que un gran nombre de ciudadanos atenten contra Reese (Joshua Harto), un ejecutivo de Industrias Wayne que se disponía a identificar al hombre murciélago ante los medios de comunicación. Sin embargo será la dolorosa conversión de Harvey Dent en el aterrador Dos Caras la que supondrá la victoria definitiva del Joker: tras sufrir los efectos de una terrible quemadura, la mitad izquierda del rostro de Harvey quedará completamente desfigurada, exteriorizando de este modo unas heridas emocionales ocasionadas no tanto por su accidente como por la muerte de un ser querido. La destrucción física y moral de Dent queda simbolizada en la moneda de dos caras idénticas que el fiscal siempre llevaba consigo y que tras el accidente ha quedado oscurecida por uno de sus lados: “O mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en un villano”, dijo proféticamente Dent cuando aún era conocido como el caballero blanco de la ciudad y seguía creyendo en el funcionamiento de la justicia. De este modo el que prometía convertirse en el símbolo de esperanza que Batman no podría ser jamás oscurecerá su carácter hasta convertirse en un asesino decidido a tomarse la justicia por su mano.

     El caballero oscuro es una película mucho más compacta y redonda que Batman begins, gracias no solo a un excelente guión, escrito por Christopher Nolan y su hermano Jonathan, sino sobre todo a la mayor fuerza de la puesta en escena, como se puede observar en su sentido del ritmo y en la mayor espectacularidad de sus imágenes. De este modo merecen ser destacadas las secuencias de acción, no solo por la brillantez de la planificación y del montaje sino por cómo ayudan a definir a los personajes, en especial al Joker: la ya citada secuencia inicial del atraco al banco, un reconocido homenaje a la famosa secuencia del robo de Heat (id, Michael Mann, 1995), que destaca no solo por su excelente resolución sino por el maquiavélico método utilizado por el Joker para que sus compinches se liquiden el uno el otro; la persecución automovilística, al parecer indispensable en cada película protagonizada por el superhéroe creado por Bob Kane, de la que sobresale el instante en que el villano tienta a Batman para que le mate, lo que destruiría irremediablemente el símbolo de justicia en el que trata de erigirse el héroe; la posterior huida del Joker de la comisaría en la que se encuentra retenido, que consigue llevar a cabo escondiendo un explosivo en el estómago de uno de sus ayudantes; el momento en que el asesino de la siniestra sonrisa quema una montaña de dinero perteneciente a la mafia, con Lau atado y amordazado en su cima...

     Pero si en algo destaca la energía imprimida por Nolan a su relato es en la valiente convicción con la que dinamita algunas de las convenciones del cine de superhéroes. En este sentido hay que destacar el inesperado desenlace del triángulo amoroso formado por Bruce, Rachel y Harvey: tras secuestrar a los dos últimos y atarles junto a unos explosivos, el Joker engañará perversamente a Batman para que rescate a Harvey y no al gran amor de su vida; en un detalle de gran crueldad, Rachel morirá pensando que Bruce ha preferido salvar al fiscal antes que a ella. De este modo Rachel pasa a formar parte de la galería de personajes femeninos de la obra de Christopher Nolan que pierden la vida por culpa indirecta del hombre al que aman, al igual que la esposa muerta (Jorja Fox) de Memento (id, 2000), la Sarah Borden (Rebecca Hall) de El truco final (The prestige, 2006) o la Mal (Marion Cotillard) de Origen (Inception, 2010). Aún más sorprendente y nihilista resulta el extraordinario desenlace de la película: tras atrapar al Joker y verse obligado a matar a Dent, Batman asumirá los violentos crímenes de este último, pasando a ser odiado como un villano para evitar que la reputación del caballero blanco de Gotham quede destruida para siempre y que su cruzada contra el crimen sea puesta en entredicho. Como en El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance, John Ford, 1962), la mentira acaba siendo la única opción para mantener a salvo a la sociedad, aunque sea a costa de quien lo ha perdido todo para protegerla. Las imágenes finales de la película son inolvidables, con un Batman cansado y herido huyendo de la policía y emprendiendo un camino hacia la marginación y la soledad.