lunes, 21 de marzo de 2011

Un thriller existencialista: EL AMERICANO


     Aunque el personaje interpretado por George Clooney en El americano (The american, Anton Corbijn, 2010) dice llamarse Jack, no resulta descabellado pensar que ése no sea su auténtico nombre. De hecho Clara (Violante Placido), la prostituta de la que se enamora, le conoce con el nombre de Eduardo, y tanto ella como la misteriosa Mathilde (Thekla Reuten) le llaman en alguna ocasión Señor Mariposa, aunque por diferentes motivos: en el caso de Clara debido a uno de los tatuajes que observa en el cuerpo de Jack; en el caso de Mathilde por una solitaria mariposa que en cierta ocasión tanto ella como el americano observan en el campo, y que no solo les conmueve por su belleza sino también porque su especie está en peligro de extinción. La asociación entre Jack y las mariposas queda además sugerida por la inclusión en la banda sonora de un aria de la ópera de Puccini Madame Butterfly. Y es que la existencia de Jack no deja de tener ciertas similitudes con la de las mariposas: como ellas necesita transformarse para sobrevivir y, al igual que la mariposa vista en el campo, él mismo está en peligro de desaparecer: Jack es un profesional del asesinato, y como tal su vida está condenada al aislamiento y a la expectativa de ser atacado en cualquier momento. De su soledad y de sus remordimientos es de lo que realmente trata El americano.

     Desde el principio del relato Jack se encuentra abatido debido a la constatación de que en su existencia no caben más personas que él mismo: en la primera secuencia su idílico reposo en un paraje nevado de Suecia se ve violentamente interrumpido con el enfrentamiento con unos asesinos, trágico suceso durante el cual la amante de Jack perderá la vida. Necesitado de un lugar donde esconderse, el americano recalará en Castel del Monte, una pequeña y tranquila localidad situada en los Abruzos. A pesar de las advertencias del inquietante Pavel (Johan Leysen) sobre su necesidad de no hablar con nadie, Jack no podrá evitar relacionarse con dos personas que cumplirán un importante papel en su reconsideración vital: el padre Benedetto (Paolo Bonacelli), quien le mostrará una gran capacidad de comprensión, y Clara, con quien encontrará la posibilidad de dejar atrás su tormentoso pasado.

     El americano centra su atención en el retrato psicológico de Jack, conseguido no gracias a los escasos diálogos de la película sino por detalles y gestos concretos. Buena muestra de ello son los encuentros de Jack con el padre Benedetto, en los que el primero se hace pasar por un fotógrafo especializado en retratar paisajes pero no personas, y más interesado en fotografiar las casas y los paisajes de los Abruzos que en estudiar su historia local: Jack es un hombre más preocupado por fundirse con su entorno que por conocer a las personas que le rodean, y necesita vivir el presente antes que atormentarse por su historia personal repleta de muertes. No menos reveladoras resultan sus visitas a Clara, que no por casualidad se producen siempre después de que Jack trabaje en la fabricación del arma que Mathilde le ha encargado: tras trabajar en un instrumento destinado a matar, el protagonista necesita refugiarse en los brazos de la mujer en busca del único contacto humano que puede permitirse.

     Lo que más sorprende de El americano en su ritmo lento y pausado, absolutamente a contracorriente del cine que se estila hoy en día. Hacía tiempo que un relato criminal no se tomaba tanto tiempo en describir situaciones y estados de ánimo: ningún plano ni ninguna escena sobran en la película de Anton Corbijn, todos contribuyen a aportar información y, sobretodo, a describir la soledad de Jack. De este modo abundan en la película los planos en los que el director se sirve del formato panorámico y de la amplitud de los paisajes, ya sean urbanos o naturales, para aislar al protagonista de aquello que le rodea, mostrando sin estridencias su desamparo y su tristeza vital.

     En efecto El americano tiene muy poco que ver con el cine más reciente; de hecho no cuesta detectar los auténticos referentes cinéfilos de la película de Anton Corbijn. Está por un lado el western, referenciado no solo en su homenaje directo a Hasta que llegó su hora (C’era una volta il west, Sergio Leone, 1968), sino también por las características físicas del entorno en el que acontece la acción o por situaciones propias del cine del oeste como la llegada de un forastero a un pequeño poblado en el que todos le miran con inquietud y cierto temor. Está por otro lado el cine policíaco europeo de los años 60 y 70, y no solo en lo que se refiere a sus localizaciones italianas: las brillantes secuencias en las que Jack prueba su arma en el campo recuerdan a Chacal (The day of the Jackal, Fred Zinnemann, 1973), mientras que el personaje de George Clooney, así como su interiorizada y silenciosa interpretación, no está muy lejos del Alain Delon de sus espléndidas colaboraciones con Jean-Pierre Melville: El silencio de un hombre (Le samouraï, 1967), Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970) y Crónica negra (Un flic, 1972), todas ellas muestras de género con un planteamiento estético similar al de la película de Corbijn.

     El ameriano es además una película de una gran belleza formal en la que el realizador y el director de fotografía Martin Ruhe sacan un magnífico partido tanto de los bellos paisajes de los Abruzos como del pueblo de Castel del Monte, que con sus serpenteantes callejuelas configura un hermoso laberinto en el que la incertidumbre y el peligro acechan en cada esquina. Cabe destacar momentos de suspense tan logrados como los paseos nocturnos de Jack o los instantes en los que se encuentra repentinamente solo en bares o restaurantes, convirtiéndose inesperadamente en un blanco perfecto para sus enemigos. No menos logrados resultan los breves pero intensos estallidos de violencia, que hacen gala de una estudiada planificación que consigue que el espectador siga la acción en todo momento, sintiendo en su propia carne la desesperación de un profesional de la muerte que ya no puede confiar en nada ni en nadie. Todo ello hace de El americano uno de los thrillers más atípicos e interesantes de los últimos años.