miércoles, 16 de junio de 2010

PSICOSIS y su banda sonora cumplen 50 años



     El 16 de junio de 1960 tuvo lugar en Nueva York el estreno de Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock). Cincuenta años después Psicosis se nos presenta como un clásico incontestable del séptimo arte y como una de las obras maestras de Hitchcock, para mi gusto el mejor director de la Historia del Cine. Pero es que además esta película supuso uno de los puntos álgidos de la carrera del gran compositor Bernard Herrmann, quien creó aquí una de las bandas sonoras más recordadas, alabadas e imitadas del siglo XX.

     Alfred Hitchcock filmó Psicosis en el mejor momento de su carrera, tras una década absolutamente prodigiosa en la que estrenó maravillas como Extraños en un tren (Strangers on a train, 1951), Crimen perfecto (Dial M for Murder, 1954), La ventana indiscreta (Rear window, 1954), Atrapa a un ladrón (To catch a thief, 1955), Pero… ¿quién mató a Harry? (The trouble with Harry, 1955), El hombre que sabía demasiado (The man who knew too much, 1956), Vértigo (Vertigo, 1958) o Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959). Son además los años en los que el director alcanzó una gran popularidad, en gran parte gracias a sus famosas presentaciones en la serie de televisión Alfred Hitchcock presenta (Alfred Hitchcock presents, 1955-1961). Encontrándose en esta plácida situación el director británico emprendió una de sus apuestas más arriesgadas, concibiendo Psicosis como un film pequeño y experimental con un presupuesto modesto, fotografía en blanco y negro y un rápido plan de rodaje, planteándose incluso reducir su duración a una hora y emitirlo en televisión como un episodio de la serie antes citada. Sin embargo, ampliamente satisfecho con las interpretaciones del reparto y la composición musical de Herrmann, finalmente decidió estrenarla en cines, consiguiendo inesperadamente el mayor éxito comercial de su filmografía.

     En Psicosis Hitchcock jugó como nunca con su público, proporcionándole pistas falsas, jugando con su punto de vista e impactándole con el final más inesperado y sorprendente de todo su cine. Con Psicosis Hitchcock nos mostró los instintos más oscuros de la mente humana, en una terrorífica obra en la que nada sucede tal y como esperamos: la aparente protagonista del relato es asesinada a la media hora de metraje, los detectives y policías no descubren absolutamente nada e incluso el autor de los crímenes no es quien parece ser. Pocas veces una película ha jugado tan a fondo con la percepción del espectador, hasta tal punto que Psicosis sigue siendo una película tan moderna hoy como lo era hace cincuenta años.

     Si Hitchcock realizó esta película en el mejor momento de su carrera lo mismo puede decirse de Bernard Herrmann. Psicosis supuso una de las cimas de la célebre colaboración entre este músico y Hitchcock, asociación que se había iniciado con Pero… ¿quién mató a Harry? y que había alcanzado cotas realmente fascinantes en Vértigo y Con la muerte en los talones. Para componer la banda sonora de Psicosis Herrmann tomó una decisión insólita: reducirla enteramente a instrumentos de viento para una pequeña orquesta de veinticinco personas. Al parecer tal opción vino motivada por el bajo presupuesto de la película, pero además con ello Herrmann logró el objetivo de crear, en sus propias palabras, “una partitura en blanco y negro”. Tal expresión no sólo se refiere al cromatismo de la película, sino a la falta de color musical obtenido al eliminar las secciones de viento y percusión. Por otro lado Herrmann adoptó así una solución inversa a la aplicada en su anterior partitura para Viaje al centro de la Tierra (Journey to the center of the Earth, Henry Levin, 1959), para la que solo utilizó instrumentos de viento y percusión. De este modo Herrmann se desmarcaba además de la música de “grand guignol” que solía emplearse para las partituras de terror dando un uso novedoso a la cuerda, puesto que en las bandas sonoras tal sección solía utilizarse primordialmente para los temas románticos. Los instrumentos empleados para Psicosis se redujeron a violines, violas, chelos y contrabajos. El compositor también recuperó algunos fragmentos de una obra escrita en su juventud, Sinfonietta para orquesta de cuerda, y partió de ella para crear una composición escalofriante, sombría y desasosegante, que contribuye hasta tal punto a la atmósfera desoladora del filme que el propio Hitchcock afirmó en alguna ocasión que “el 33 % del efecto de Psicosis fue debido a la música”.

     El tema musical de los créditos iniciales se encuentra entre los más famosos de Herrmann. Los créditos, diseñados por Saul Bass y en donde rayas negras y grises entrecruzan frenéticamente la pantalla, ya sugieren de algún modo el carácter esquizofrénico del verdadero protagonista de la cinta: Norman Bates (Anthony Perkins). La música de Herrmann, que juega polifónicamente con diferentes sonoridades de la cuerda, subraya ese estado mental y además le sugiere al espectador el carácter terrorífico y aterrador de la película. Este tema frenético, de carácter obsesivo, estridente y agobiante, reaparecerá posteriormente en dos ocasiones: la secuencia en la que Marion Crane (Janet Leigh) huye de Phoenix tras robar 40000 dólares, iniciando así un fatídico viaje que la llevará hasta el Motel Bates, y aquélla en la que las investigaciones del detective Arbogast (Martin Balsam) le conducen al mismo motel; por lo tanto es un tema que siempre acompaña el camino hacia la muerte. En estos momentos la música es fundamental, puesto que la carencia de diálogos relega a la partitura la función de aportar tensión y suspense a secuencias que sin esta música no resultarían tan inquietantes.

     Otros momentos de la película también carecen de diálogos, por lo que Herrmann debe transmitir los temores más íntimos de los personajes. Es el caso de la escena en la que Marion prepara su equipaje tras robar el dinero: la partitura transmite la incertidumbre en esos momentos en los que el personaje duda si seguir adelante o no con el hurto. En otras secuencias el compositor inserta una música lenta y desoladora para reflejar la triste existencia de los protagonistas. Así ocurre al comienzo, cuando se nos presenta la pareja formada por Marion y Sam (John Gavin), cuya unión se ve dificultada debido a los trámites de divorcio de él; otro ejemplo lo tenemos en la secuencia final, el famoso monólogo interior de Norman Bates en la clínica mental, en donde la triste música de un dueto para violines remarca la soledad en la que se encuentra Norman, refugiado para siempre en su locura. En otros instantes Herrmann aporta inquietud a las imágenes, como sucede en las escenas en las que Norman se deshace del cadáver de Marion o en los pasajes finales en los que Lili (Vera Miles) se interna en el caserón de los Bates para descubrir el secreto que se oculta detrás de sus muros. Son, de nuevo, largas secuencias sin diálogo en los que la música ocupa un lugar primordial y en los que el músico combina diferentes ritmos y velocidades marcando el devenir de la acción.

     Sin embargo el momento más recordado tanto de la película como de la banda sonora es sin lugar a dudas el asesinato de Marion en la ducha aparentemente a manos de la señora Bates. La secuencia supuso un verdadero “tour de force” para Hitchcock, que organizó una escena de menos de un minuto de duración dividiéndola en 78 planos y realizando un impresionante montaje que deja profundamente impactado al espectador. El director británico tenía previsto editar la secuencia sin música, dejando el protagonismo para el ruido del agua y los desesperados gritos de Janet Leigh. El director, antes de irse de vacaciones, le dio instrucciones a Herrmann de que compusiera la banda sonora dejando muda esta secuencia, pero al volver comprobó cómo el músico, siguiendo su propia intuición, había creado el celebérrimo acompañamiento musical que siempre se asocia a esta secuencia. Lo que había compuesto el músico era tan escalofriante como lo retratado por la cámara de Hitchcock: unos chirriantes “glissandi” en los registros más agudos de los violines. Se ha interpretado el significado de tal elección musical mediante dos teorías diferentes: por un lado se suele interpretar como una alusión a los gritos de la mujer asesinada; sin embargo el director y crítico cinematográfico Claude Chabrol tiene otra teoría al respecto: “el sonido de los violines parece imitar el graznido de los pájaros y ya hemos visto que la afición predilecta de Norman Bates es disecar pájaros; así que la música nos da una pista, nos está diciendo que quien comete el asesinato no es la madre de Norman, sino él mismo disfrazado” (citado por Roberto Cueto en su excelente libro Cien bandas sonoras en la Historia del Cine). Sea como fuere, al ver la secuencia con música Hitchcock no solo le dio la razón a su colega sino que incluso le dobló el sueldo, consciente de que su aportación musical contribuía enormemente al impacto desgarrador de Psicosis. Cabe añadir que el tema de la ducha reaparecerá con leves variaciones en otras dos célebres secuencias: el asesinato de Arbogast y la revelación final en el sótano de los Bates.



     Psicosis constituye uno de esos casos en los que resulta imposible pensar en la película sin recordar su música. Tal vez por ello resulta muy significativo observar las bandas sonoras de las secuelas y remakes de la película. Filmadas todas ellas tras la muerte de Hitchcock y siempre a años luz de la calidad del film original, Psicosis 2ª Parte: el regreso de Norman (Psycho II, Richard Franklin, 1983), Psicosis III (Psycho III, Anthony Perkins, 1986) y la televisiva Psicosis IV (Psycho IV: The beginning, Mick Garris, 1990) tuvieron música compuesta por, respectivamente, Jerry Goldsmith, Carter Burwell y Graeme Revell; sin embargo ninguno de ellos logró escapar al influjo de Herrmann, puesto que el tema de la ducha aparece en todas las películas para ilustrar los asesinatos y crímenes que en ellas se cometen. La dependencia con respecto a la partitura original sería aún mayor en Psycho (id, Gus van Sant, 1998), remake en el que se recreaba la película original de principio a fin, incluso hasta en los más mínimos detalles de planificación y montaje; como no podía ser menos la partitura de Herrmann fue adaptada para la película sin el más mínimo retoque, en esta ocasión orquestada por Danny Elfman.

Bibliografía consultada:

- Alberich, Enrique: Alfred Hitchcock. El poder de la imagen. Dirigido Por SA, Barcelona, 1987.

- Cueto, Roberto: Cien bandas sonoras en la Historia del Cine. Editorial Nuer, Madrid, 1996.

- Navarro, Heriberto y Navarro, Sergio: Música de cine: historia y coleccionismo de bandas sonoras. Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 2003.

- Truffaut, François: El cine según Hitchcock. Alianza, Madrid, 1990.


viernes, 4 de junio de 2010

TWO LOVERS: El dilema de Leonard Kraditor



     De entre la interesantísima generación de cineastas surgidos en el cine norteamericano de los años 90 James Gray no es uno de los nombres más reconocidos: directores como Christopher Nolan, David Fincher, Paul Thomas Anderson, M. Night Shyamalan o Sam Mendes siempre reciben mucha más atención por parte del público y de la prensa especializada. Sin embargo el cine de Gray es, sin duda, tan bueno como el de los autores citados líneas atrás. Este director, a quien debemos La otra cara el crimen (The yards, 2000) y La noche es nuestra (We own the night, 2007), dos de los mejores policíacos de la pasada década, regresa a nuestras pantallas con Two lovers (id, 2008), estrenada en España con dos años de retraso. La película no solo confirma a Gray como un excelente narrador, sino que además presenta el triángulo amoroso más intenso e inquietante que recuerdo haber visto en el cine desde que Woody Allen presentara su extraordinaria Match point (id, 2005).

     Two lovers podría ser descrita simple y llanamente como una historia de amor. Sin embargo no estamos ante una de esas historias de amor que tanto abundan en el cine reciente y que se caracterizan por su impostura y su escaso realismo. Two lovers es una película sombría y triste, en consonancia con los fríos tonos servidos por el director de fotografía Joaquín Baca-Asay. No es una película que defina a sus personajes por clichés ni que se preocupe por contentar al espectador, es por el contrario una película que se toma su tiempo en presentar a los personajes, que deja que la historia surja de ellos y no al revés, que sabe expresar con imágenes aquello que los personajes callan y que trata al espectador con respeto e inteligencia. Cualidades que eran muy frecuentes de encontrar en el mejor cine norteamericano de no hace tantas décadas y que hoy solo reaparecen en contadas ocasiones como ésta.

     Leonard Kraditor (Joaquin Phoenix), el personaje bajo cuyo punto de vista está narrada Two Lovers, es probablemente una de las figuras más melancólicas y solitarias que recientemente hayan sido retratadas por el séptimo arte. En la primera secuencia intenta acabar con su vida lanzándose al agua de la bahía de Nueva York, y aunque en el último momento decide volverse atrás durante todo el relato pende sobre él una aureola de abatimiento y desesperanza. Él mismo contará con qué crueldad el destino le impidió ser feliz junto a su anterior prometida: poco antes de casarse descubrió una incompatibilidad genética con su pareja que prácticamente les imposibilitaba tener descendencia, lo que provocó el final de la relación. Vigilado de cerca por sus padres, siempre temerosos ante una nueva recaída de su único hijo, y abandonada momentáneamente su pasión por la fotografía, Leonard se comporta pasivamente como un alma en pena. La familia, vista como siempre en el cine de Gray como un entorno preocupado por la felicidad de unos integrantes a los que a un mismo tiempo oprime, prácticamente concerta el romance de su hijo con Sandra Cohen (Vinessa Shaw), una agradable joven que se presta a querer y a cuidar de Leonard (tal y como subraya el detalle de que trabaje en una empresa farmacéutica). El problema será que Leonard no se enamorará de ella, sino de su vecina Michelle Rausch (Gwyneth Paltrow), una muchacha tan inestable como él que coquetea peligrosamente con las drogas y que mantiene relaciones sentimentales de incierto futuro. A lo largo de la película Leonard basculará entre el sincero afecto proporcionado por Sandra, que podría suponer para él un futuro estable y placentero, y la pasión que siente por Michelle, que no parece augurarle más que complicaciones pero en la que reconoce sus problemas y sus frustraciones.

     La puesta en escena de James Gray apunta sutilmente el carácter opuesto de las dos relaciones que entabla Leonard. Los encuentros del protagonista con Sandra se producen casi siempre en su propio hogar y con el beneplácito de las familias de ambos: resulta significativo que su primer beso se produzca ante una pared repleta de retratos familiares de los Kraditor. Por el contrario durante la única visita de Michelle a la casa de Leonard la presencia de los padres de éste provoca un clima de notable incomodidad. Asimismo la presencia volátil y misteriosa que Michelle adopta a los ojos de Leonard queda manifiesta en sus encuentros en la azotea del edificio en el que viven (secuencias en las que Gray sitúa estratégicamente la cámara para que los muros separen a los dos personajes y sugieran su incomunicación) o en las conversaciones telefónicas que mantienen mientras se observan a través de sus ventanas, momentos que expresan excelentemente tanto la progresiva intimidad de su relación como la distancia física y también emocional que aún les separa.


     Two lovers es una magnífica película construida a partir de gestos, miradas y silencios. Recordemos el momento en el que Leonard está a punto de besar a Michelle mientras ella duerme, renunciando a hacerlo en el último momento; el instante en el que el joven fotografía a Michelle de forma casi espontánea, cuando secuencias antes él mismo ha explicado que nunca retrata personas sino paisajes urbanos desiertos; el impulso del protagonista de cerrar drásticamente las ventanas de su habitación, a través de las cuales suele observar a Michelle, tras decidir olvidarse momentáneamente de ella; o el gesto de Leonard al recoger del suelo los guantes que le regaló Sandra, instante en el que reconsidera sus sentimientos hacia la hermosa mujer.

     Gran parte del excelente resultado de Two lovers se debe al magnífico trabajo de sus tres protagonistas (dicho sea sin menospreciar la excelente labor de los actores secundarios, en especial Isabella Rossellini como la madre de Leonard). En su tercera colaboración con Gray, Joaquin Phoenix demuestra que es con este director con quien mejor trabaja: su interpretación huye de toda clase de manierismos y se decanta por la interiorización y la emoción contenida. Como ya hizo por ejemplo en La verdad oculta (Proof, John Madden, 2005), Gwyneth Paltrow demuestra tener un don especial para los personajes dramáticos, componiendo una Michelle desgarrada por el desamor. Y no menos brillante resulta la interpretación de Vinessa Shaw: la sensibilidad de su composición destaca en momentos tan conmovedores como aquél en el que Sandra acaricia las manos de Leonard descubriendo involuntariamente las marcas de un fallido intento de suicidio. Los tres contribuyen notablemente al magnífico resultado de una de las mejores películas que podremos ver este año.