jueves, 14 de abril de 2011

CISNE NEGRO: Las dos caras de Nina



     Nina Sayers, la bailarina de ballet magistralmente interpretada por Natalie Portman en Cisne negro (Black swan, Darren Aronofsky, 2010), se ve abocada al camino repleto de sacrificio, dolor y sufrimiento que todo artista debe atravesar hasta llegar a la excelencia. Nina dedica todo su existencia a perfeccionar su técnica artística con la esperanza de que algún día tenga la oportunidad de demostrar su talento; una oportunidad que llega cuando Thomas Leroy (Vincent Cassel), director de la compañía de ballet en la que Nina trabaja, la escoge a ella para protagonizar El lago de los cisnes en substitución de Beth (Winona Ryder), una estrella que ha dejado de brillar. El problema es que la inocente y frágil Nina, tan idónea para interpretar al Cisne blanco de la obra de Tchaikovsky, tiene que interpretar también al Cisne negro, lo que la obligará a bucear en las facetas más recónditas de su personalidad en un proceso en el que saldrán a la luz todos sus demonios personales.

     El duro camino que atraviesa Nina mientras se prepara para dar vida a su doble papel en El lago de los cisnes no solo es un retrato sobrecogedor del mundo del ballet, en el que sus integrantes deben someter sus cuerpos a una agotadora sucesión de ejercicios al tiempo que llevan una vida totalmente despojada de banalidades; es también la descripción de cómo una artista pone en peligro su estabilidad mental al impregnarse del carácter de los personajes a los que interpreta. Es por ello que, progresivamente y sin ser consciente de ello, Nina empieza a ver a las personas que la rodean como si fueran los personajes de la obra de Tchaikovsky: a sus ojos Leroy es el príncipe que la escoge entre los demás cisnes, sin ser consciente de que todo lo que Leroy hace (insinuaciones amorosas incluidas) forma parte de cómo manipula a los bailarines con el fin de sacar lo mejor de ellos en el escenario; Lily (Mila Kunis), la bailarina que amenaza con sustituir a Nina si ésta no está a la altura de las circunstancias, es el Cisne negro que amenaza con arrebatar aquello que la protagonista anhela, es decir la aprobación de su príncipe Leroy; Erica (Barbara Hershey), la posesiva madre de Nina, se comporta como la bruja que convierte a las jóvenes en cisnes, despojando de libertad a su hija y obligándola a vivir bajo sus estrictas normas de disciplina…

     Cisne negro se centra exclusivamente en el punto de vista de Nina, por lo que no es de extrañar que sobre la película planee constantemente la idea de la dualidad, en consonancia con la mirada de un personaje obligado a buscar en su interior una personalidad oculta y reprimida. Así, en los inquietantes momentos en los que Nina vislumbra a una mujer exactamente igual a ella o en esos instantes en los que su imagen reflejada en el espejo parece cobrar vida propia, Aronosky recurre a la temática del doble o doppelgänger, un reflejo invertido que muestra los aspectos más negativos y turbulentos de la persona a la que acompaña y que cuenta con una larga tradición literaria con nombres como Edgar Allan Poe, E.T.A. Hoffmann o Robert Louis Stevenson. Por otro lado el realizador de la espléndida La fuente de la vida (The fountain, 2006) recurre a la presencia constante de reflejos en espejos o ventanas, así como al parecido físico de Natalie Portman y Mila Kunis que en ocasiones sirve para confundirlas a los ojos del espectador.

     En las imágenes de Cisne negro resuenan los ecos de numerosos referentes cinematográficos. La enfermiza relación de la protagonista con su madre, que proyecta en ella toda su frustración por no haber podido triunfar en el mundo del ballet, recuerda inevitablemente a las obsesivas madres del cine de Alfred Hitchcock, especialmente a la de Marnie, la ladrona (Marnie, 1964). Los temores de Nina de acabar como su predecesora Beth, así como situaciones concretas como la visita en el hospital, traen a la memoria El quimérico inquilino (Le locataire, Roman Polanski, 1976). El retrato de las bailarinas de ballet, siempre temerosas de que alguien les robe su papel, hace pensar en el de las actrices teatrales en Eva al desnudo (All about Eve, Joseph L. Mankiewicz, 1950). Pero quizás el referente cinematográfico más llamativo de Cisne negro es Perfect blue (id, 1998), interesante cinta de animación del recientemente fallecido Satoshi Kon: tanto la Nina de Aronofsky como la Mima de Kon ven cómo peligra su estabilidad mental al padecer las más oscuras consecuencias del mundo del espectáculo, viéndose obligadas a despojarse de su apariencia virginal con el fin alcanzar el éxito.

     De todos modos puede que resulte más significativo observar las relaciones que Aronofsky traza con su anterior largometraje, el interesante aunque un tanto sobrevalorado El luchador (The wrestler, 2008). No por casualidad el cineasta ha admitido que ambas películas parten de una idea común, la de la relación amorosa entre un veterano de la lucha libre y una joven bailarina de ballet, dos personas que someten su cuerpo a un duro castigo con el fin de alcanzar la perfección en sus respectivos oficios; al dividir esa idea original en dos historias, El luchador y Cisne negro, Aronofsky alumbró dos películas muy diferentes pero al mismo tiempo complementarias. Mientras que el personaje interpretado por Mickey Rourke en El luchador se deja la piel practicando la lucha libre como forma de autoafirmación personal, el interpretado por Natalie Portman en Cisne negro lo sacrifica todo en su camino hacia la perfección artística. El destino de ambos personajes (atención: SPOILER) es prácticamente idéntico, con un dramático salto al vacío en el que tanto el luchador como la bailarina culminan su trayectoria vital del mejor modo que pueden, mostrando su dominio del arte ante su público.

     Cabe admitir que todo este carrusel de referencias provoca que el desarrollo argumental de Cisne negro se vea afectado por una cierta previsibilidad, pero a pesar de ello la película hace gala de una gran personalidad propia. En un planteamiento estético no exento de riesgo Darren Aronofsky filma la película optando por recursos formales (una fotografía en la que predominan los tonos fríos, un uso casi constante de la cámara al hombro, numerosos planos de seguimiento de la protagonista) que le confieren una pátina realista, lo que hace aún más chocantes los pasajes en los que en la mente de Nina se desdibuja la línea que separa la cordura de la locura. Todo ello confluye en una larga y magnífica secuencia final, la esperada representación de El lago de los cisnes, que cierra la historia de manera tan hermosa como sobrecogedora, tan emotiva como trágica. Quizás Cisne Negro no sea una película tan excepcional como se ha dicho, pero lo cierto es que con todos sus pros y sus contras se revela como una obra notable que emerge con fuerza entre el empobrecido panorama cinematográfico de los últimos meses.