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Con motivo del estreno de Super 8 (id, 2011), su director J.J. Abrams ha declarado que la película surgió de la unión de dos ideas distintas: la primera era la historia de unos niños que se divierten realizando un cortometraje en Super 8, tal y como hizo el propio Abrams en su niñez; la segunda, al parecer sugerida por el productor de la cinta Steven Spielberg, era una historia de monstruos. Todo ello, tal y como últimamente se ha dicho hasta la saciedad, con un tono que trata de evocar el que se respiraba en clásicos de Spielberg como Tiburón (Jaws, 1975), Encuentros en la tercera fase (Close encounters on the third kind, 1977) y E.T. El extraterrestre (E.T.: The extra-terrestrial, 1982) o incluso en algunas de sus producciones ochentenas a través de la compañía Amblin.
Más allá de toda la nostalgia que desprende el visionado de Super 8, lo cierto es que éste produce la sensación de estar viendo no una, sino dos películas distintas que no acaban de cohesionarse con naturalidad. La primera, y sin duda la mejor, es la crónica ese verano de 1979 durante el cual Joe (Joel Courtney), quien aún trata de superar la reciente pérdida de su madre, colabora con sus amigos en la filmación de un cortometraje sobre muertos vivientes y descubre el amor gracias a su amiga Alice (Elle Fanning). Quizá por sentirse muy cercano a las vivencias de sus personajes, es aquí donde Abrams consigue las secuencias más emocionantes de la película: el instante en el que Joe empieza a sentirse atraído por la joven mientras ésta interpreta magníficamente una escena del cortometraje, la secuencia en la que Joe y Alice visionan filmaciones caseras en las que aparece la fallecida madre del muchacho o, sobre todo, el propio cortometraje que los protagonistas han filmado a lo largo de toda su aventura, incluido de manera íntegra durante los títulos de crédito finales de Super 8. Por el contrario toda la trama que gira alrededor de la criatura extraterrestre se resiente de un exceso de referencias cinéfilas –que no se limitan al cine dirigido o producido por Spielberg, sino que también abarcan la ciencia ficción de los 50 o títulos como La cosa (The thing, John Carpenter, 1982) o The host (Gwoemul, Bong Joon-ho, 2006)–, lo que en más de una ocasión acaba evidenciando la inferioridad de Super 8 respecto a algunas de las películas evocadas con evidente cariño por su director: sin ir más lejos la secuencia final de la cinta está muy lejos de alcanzar la emotividad del desenlace de E.T. El extraterrestre, por mucho que Abrams lo intente. Por todos estos motivos considero que Super 8 se queda en una buena película cuando podría haber sido excelente. A destacar, eso sí, las estupendas interpretaciones de los jóvenes actores (en especial la del protagonista, Joel Courtney) y la espléndida banda sonora de Michael Giacchino.
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Gracias a su originalidad y a las numerosas lecturas que sigue suscitando, El planeta de los simios (Planet of the apes, Franklin J. Schaffner, 1968) no solo se convirtió rápidamente uno de los grandes clásicos del cine de ciencia ficción, sino que también supuso el inicio de una extensa saga completada nada menos que por cuatro secuelas, dos series de televisión y un olvidable remake firmado por Tim Burton. Con este extenso bagaje a sus espaldas parecía difícil afrontar una nueva entrega de la serie desde una perspectiva interesante, pero contra todo pronóstico El origen del planeta de los simios (Rise of the planet of the apes, Rupert Wyatt, 2011) lo ha conseguido, convirtiéndose además en una de las sorpresas más agradables de los últimos meses. La película de Wyatt puede verse tanto como una precuela de la magnífica cinta original de Schaffner como una rotunda reinterpretación de su idea principal: en esta ocasión un fallido experimento realizado con la intención de encontrar una cura para el Alzheimer es el causante de la acelerada evolución de un grupo de simios, quienes acaban convirtiéndose en una seria amenaza para el dominio del mundo por parte del hombre.
El origen del planeta de los simios hace gala de un guión realmente brillante al que tan solo se le puede poner una pega: la simplista descripción de algunos desagradables personajes secundarios (el agresivo vecino del protagonista, el violento cuidador de animales, el arribista ejecutivo que subestima la importancia de los experimentos científicos), cuyo cometido en la trama consiste en representar los instintos más primarios del ser humano para, de este modo, justificar dramáticamente la rebelión de unos simios cada vez más humanizados. Pero a pesar de estos pequeños defectos, la película de Wyatt se confirma como un espectáculo inteligente y adulto narrado además con una imaginativa puesta en imágenes: véanse fragmentos tan logrados como la descripción de los sorprendentes avances de la inteligencia del chimpancé César durante sus primeros años de vida; las diferentes escenas que muestran los planes de fuga de César durante su claustrofóbico cautiverio en un recinto para animales; la poética imagen de la caída de cientos de hojas sobre una tranquila calle, signo del avance de los evadidos simios sobre las copas de los árboles; o la lograda secuencia del enfrentamiento final en el mismísimo Golden Gate. Por otro lado El origen del planeta de los simios difícilmente habría alcanzado su carga emotiva sin la convincente caracterización de los simios, mérito tanto de unos excelentes efectos especiales como del esforzado trabajo del actor Andy Serkis, cuyos gestos faciales y corporales proporcionan una gran personalidad a César, el indiscutible protagonista de la película.
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Bandas sonoras tan excelentes como las de Los increíbles (The incredibles, Brad Bird, 2004), Star Trek (id, J.J. Abrams, 2009), Up (id, Pete Docter y Bob Peterson, 2009) o la mítica serie Perdidos (Lost, 2004-2010) avalan a Michael Giacchino como uno de los mejores compositores del actual panorama cinematográfico. Sin embargo conviene reivindicar de una vez por todas su brillante etapa inicial desarrollada en el campo de los videojuegos y, más concretamente, su contribución musical a la saga Medal of Honor, todavía hoy uno de sus mejores trabajos. Y es que Giacchino dejó a muchos con la boca abierta con su extraordinaria música para esta extensa saga de videojuegos ambientada en la Segunda Guerra Mundial, un conjunto de bandas sonoras a la altura de las compuestas por Ron Goodwin, Jerry Goldsmith o John Williams para el más espectacular cine bélico.
Los seguidores de Giacchino estamos de enhorabuena gracias a la comercialización de Medal of Honor Soundtrack Collection, un formidable cofre con todas las bandas sonoras de la saga. La colección incluye las maravillosas composiciones de Giacchino para el original Medal of Honor (1999) y para las sucesivas entregas Underground (2000), Allied Assault (2002), Frontline (2002) y Airbone (2007), así como los también muy apreciables trabajos de Christopher Lennertz para Rising Sun (2003), Pacific Assault (2004) y European Assault (2005) y la más que correcta labor de Ramin Djawadi para el reciente Medal of Honor (2010). En conjunto ochos discos, nueve bandas sonoras y más de nueve horas de música, todo ello a un precio realmente interesante (alrededor de 50 euros), lo que convierte la adquisición de Medal of Honor Soundtrack Collection en muy recomendable para los aficionados a las bandas sonoras y en imprescindible para los seguidores de Giacchino.
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