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jueves, 2 de diciembre de 2010

Bernard Herrmann y la banda sonora de VÉRTIGO


     Si bien en el momento de su estreno fue recibida generalmente con una gran frialdad, hoy por hoy la mayoría de críticos e historiadores cinematográficos se refieren a Vértigo (id, Alfred Hitchcock, 1958) como a una de las grandes obras del séptimo arte. Sin duda una de las películas más personales de Hitchcock, Vértigo es la fascinante, onírica y bellísima historia de un amor que va más allá de los límites impuestos por la muerte. El empeño del detective Scottie Ferguson (James Stewart) por transformar físicamente a Judy (Kim Novak) con el fin de que se parezca lo máximo posible a la fallecida Madeleine (de nuevo Novak), en un desesperado intento de revivir el gran amor de su vida, sirve a Hitchcock para llevar a cabo un impresionante poema visual sobre el deseo, el amor y la muerte. Y es que Vértigo es ante todo la historia del deseo de un hombre hacia una mujer muerta o, incluso, hacia una mujer que nunca existió.

     Si Vértigo es para muchos la más hermosa película filmada por Hitchcock su banda sonora suele ser considerada también como la más perfecta colaboración entre su director y el compositor de Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960). Y es que sin lugar a dudas la partitura musical compuesta por Bernard Herrmann contribuye notablemente a crear la irrepetible atmósfera de esta obra maestra del cine; tal y como escribió Eugenio Trías en su excelente y muy recomendable libro Vértigo y pasión. Un ensayo sobre la película “Vértigo” de Alfred Hitchcock (Taurus, Madrid, 1998, pág. 42), “sorprende en este film la partitura musical de Bernard Herrmann, hasta el punto de que no se sabe muy bien si la película es una evocación de esa prodigiosa banda musical o ésta constituye el entramado fílmico y melódico que concede al film su verdadero armazón”. Si Trías nombra como referentes de Vértigo a los mitos de Tristán e Isolda, Orfeo y Eurídice o Pigmalión y Galatea, la banda sonora se suma a esta lista de citas rindiendo tributo a la música wagneriana y a la de otros compositores como Georges Bizet o Jean Sibelius.

     La película se inicia con unos justamente famosos títulos de crédito diseñados por Saul Bass: éstos se inician con imágenes del rostro de una mujer hasta que la cámara parece adentrarse en su ojo; a partir de aquí una serie de imágenes en espiral sugieren tanto el vértigo que padecerá el protagonista como el carácter circular de la historia. El Preludio compuesto por Herrmann para ilustrar esta secuencia introductoria también sugiere esa espiral gracias una la música envolvente y de estructura circular; se trata de una melodía misteriosa que sugiere la idea de cambio o transformación, algo que refuta el hecho de que solo vuelva a aparecer, muy brevemente, en otro momento de la película: el encadenado de imágenes que muestra la transformación física de Judy en Madeleine. Tras los créditos se desarrolla una persecución nocturna en los tejados de San Francisco durante la cual Scottie descubrirá su vértigo; aparece aquí un motivo musical rápido, intenso y agobiante que reaparecerá durante otra persecución de trágico desenlace: la secuencia en la que el detective trata de evitar el suicidio de Madeleine en el campanario.


     Sin embargo es en relación al misterioso y seductor personaje de Madeleine donde Herrmann da rienda suelta a todo su romanticismo. La inolvidable presentación de la dama se produce cuando Scottie la ve por primera vez en el restaurante Ernie’s: un magnífico travelling de acercamiento nos la presenta de espaldas, vestida con un elegante vestido rojo. La música está aquí en perfecta comunión con las imágenes: Herrmann empieza a desarrollar lentamente el motivo para cuerda asociado a Madeleine, sonando en toda su plenitud justo en el momento en el que las miradas de la mujer y de Scottie están a punto de entrecruzarse. Este tema ha sido comparado frecuentemente con las melodías más líricas compuestas por Richard Wagner para Tristán e Isolda; sin embargo hay que recordar que la temática de Tristán es una de las referencias culturales adoptadas por la película, por lo que la referencia musical no es gratuita sino coherente con las imágenes a las que acompaña. El tema de Madeleine, que siempre aparece asociado a la mirada amorosa de Scottie sobre esta mujer, reaparece con un ritmo lento, acompañada de arpas y trombas, durante las largas y silenciosas escenas en las que el protagonista sigue a la mujer por las calles de San Francisco.


     Más allá del tema de Madeleine, el compositor parte de él para crear un tema de amor que expresa la pasión que surge entre los protagonistas. Aparece con un ritmo rápido cuando se produce el primer beso entre Scottie y Madeleine en las proximidades de una playa, y de manera entrecortada, presagiando la tragedia, cuando ambos vuelven a besarse justo antes de que ella se quite la vida. Pero en donde el tema alcanza toda su plenitud es en la secuencia crucial de la película, una de las más memorables de toda la obra de Hitchcock: el momento en el que Scottie ve a Judy por fin transformada completamente en la difunta Madeleine. Se trata de una secuencia extraordinaria que Hitchcock remata con un plano circular que rodea a los dos amantes fundiéndose en un apasionado beso, momento durante el cual Scottie siente que al fin ha recuperado a su amada y se ha redimido de su pasado. De forma muy coherente es aquí cuando Herrmann desarrolla el tema romántico en todo su esplendor, si bien la coda musical de dicho tema solo aparecerá, de forma rotunda y elegíaca, en la última imagen de la película, cuando el destino haya sellado para siempre esta inquietante historia de amor.


     Herrmann también compone un motivo asociado a Carlotta Valdés, mujer fallecida muchos años atrás pero cuya presencia se manifiesta constantemente en la vida de Madeleine. Dicho tema musical consiste en una habanera en ocasiones comparada con la que compuso Georges Bizet para la ópera Carmen y con el Vals triste de Jean Sibelius. La elección de la habanera está justificada por el origen hispano de Carlotta, pero además Herrmann juega con ella con diferentes ritmos según las diferentes escenas a las que acompaña: la visita a un museo en donde se encuentra el retrato de Carlotta, las secuencias desarrolladas en la misión en donde residió y el cementerio en donde está enterrada, así como las diversas referencias verbales de Madeleine hacia esta mujer. Sin embargo será durante la secuencia de la pesadilla de Scottie cuando la habanera aparecerá de forma más intensa y con el acompañamiento de unas castañuelas. Apuntar también el uso del órgano en varias escenas siempre para subrayar el carácter mortuorio del recuerdo de Carlotta y el trágico destino al que éste conlleva, destacando en ese sentido su aparición en el desenlace de la película.


     También hay que destacar la inteligencia de Hitchcock y Herrmann a la hora de escoger la música diegética del film. Ésta aparece asociada siempre al personaje de Midge (Barbara Bel Geddes), antigua novia de Scottie y que representa para él un mundo domesticado y convencional contrapuesto al ensoñador y fascinante mundo que representa Madeleine. Así, la música de Mozart y Bach que escucha Midge es la contraposición del acompañamiento musical, romántico y wagneriano, que Herrmann asocia a Madeleine. En palabras de Eugenio Trías “el contraste entre lo diurno y lo nocturno atraviesa todo el film. Scottie, a medida que va adentrándose en el laberinto de su deseo, parece encontrarse consigo en paseos noctámbulos por una ciudad jalonada de semáforos. Su novia Midge representa la quintaesencia de la vida diurna: también la música de Mozart. La consagración de la noche tiene lugar, por primera vez, bajo la advocación intimidante de la música procedente de la cantera de Tristán, en el restaurante Ernie’s” (Vértigo y pasión…, pág. 52).

     El lirismo de la banda sonora y la relación que se establece entre la música y las imágenes a las que acompaña hacen de Vértigo un clásico indiscutible de la música cinematográfica, siendo en mi opinión no solo la mejor colaboración entre Hitchcock y Herrmann sino también la más inolvidable creación de su extraordinario compositor.


Bibliografía consultada:

- Alberich, Enrique: Alfred Hitchcock. El poder de la imagen. Dirigido Por SA, Barcelona, 1987.

- Cueto, Roberto: Cien bandas sonoras en la Historia del Cine. Editorial Nuer, Madrid, 1996.

- Navarro, Heriberto y Navarro, Sergio: Música de cine: historia y coleccionismo de bandas sonoras. Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 2003.

- Trías, Eugenio: Vértigo y pasión. Un ensayo sobre la película “Vértigo” de Alfred Hitchcock. Taurus, Madrid, 1998.

- Truffaut, François: El cine según Hitchcock. Alianza, Madrid, 1990.

viernes, 1 de octubre de 2010

Secuencias antológicas: La persecución automovilística de BULLITT


     No cabe la menor duda de que el protagonista de Bullitt (id, Peter Yates, 1968) es uno de los personajes más emblemáticos de entre los interpretados por Steve McQueen. Individualista, solitario y taciturno, el Frank Bullitt encarnado por McQueen es un duro agente de la ley continuamente enfrentado a la burocracia y a la corrupción del sistema, características que hacen de este personaje un precedente del inspector Harry Callahan interpretado por Clint Eastwood en la saga iniciada con Harry el sucio (Dirty Harry, Don Siegel, 1971). Tal y como en una ocasión le reprocha su novia Cathy (Jacqueline Bisset), Bullitt es un ser inmunizado contra la violencia que de manera impasible contempla día tras día, en una triste rutina que le ha familiarizado en demasía con la peor cara de la sociedad. Curiosamente, y tal y como mostraba David Fincher en su magnífica Zodiac (id, 2007), Bullitt es un personaje de ficción inspirado en muchos aspectos en la figura real de David Toschi, uno de los policías que investigaron el caso jamás resuelto del Asesino del Zodíaco.

     El paso del tiempo a tratado bien y mal a Bullitt. Por un lado el paso de los años ha puesto de manifiesto que no se trata ni de una de las mejores películas protagonizadas por Steve McQueen -Los siete magníficos (The magnificent seven, John Sturges, 1960), La gran evasión (The great escape, John Sturges, 1963), Nevada Smith (id, Henry Hathaway, 1966), La huida (The getaway, Sam Peckinpah, 1972)- ni de una de las mejores muestras del cine policíaco norteamericano de aquellos años -El estrangulador de Boston (The Boston strangler, Richard Fleischer, 1968), la ya citada Harry el sucio, La gran estafa (Charley Varrick, Don Siegel, 1973), Yakuza (The yakuza, Sydney Pollack, 1974), Chinatown (id, Roman Polanski, 1974)-. Pero por otra parte ese mismo paso del tiempo ha añadido a esta película una irresistible pátina de nostalgia: la ciudad de San Francisco, el vestuario de McQueen, la luminosa fotografía en color, la música de Lalo Schifrin, la estética de los títulos de crédito…, todo en Bullitt huele a años 60, lo que le confiere un peculiar encanto.

     No cabe la menor duda de que uno de los principales motivos por los que Bullitt se ha convertido en un pequeño clásico consiste en su formidable secuencia de persecución automovilística. La huida de unos violentos matones mientras son perseguidos por el mítico Ford Mustang conducido por McQueen propicia la mejor, más famosa y más imitada secuencia de la película, de tanta popularidad que no resulta exagerado afirmar que ha servido de modelo para gran parte de las persecuciones vistas en el cine de acción de las últimas décadas. Quizás otras secuencias similares en películas posteriores -French connection (The French connection, William Friedkin, 1971), ¿Qué me pasa, doctor? (What’s up, Doc?, Peter Bogdanovich, 1972), Ronin (id, John Frankenheimer, 1998)- han acabado superando a la de Bullitt, pero vista hoy ésta sigue resultando ejemplar en gran parte gracias a una excelente labor de montaje justamente premiada con un Oscar. Otros elementos que en mi opinión contribuyen al admirable resultado de esta secuencia son: la tensión acumulada durante su preámbulo, a lo largo del cual Bullitt pasa de ser el perseguido a convertirse en el perseguidor; la supresión de la música justo en el momento en el que se inicia la carrera, dejando todo el protagonismo sonoro a los rugidos de los motores y a los chirridos de las ruedas; y los excelentes planos tomados sobre el hombro de los conductores, que tienen la virtud de situar al espectador en el centro de la acción.


     Buena muestra de la popularidad que sigue teniendo esta secuencia consiste en los repetidos homenajes que ha recibido por parte de la publicidad o de los vídeos musicales. Un excelente ejemplo es un famoso spot televisivo de finales de los 90 en el que se insertaron digitalmente imágenes de Bullitt con el fin de que apareciera Steve McQueen conduciendo un Ford Puma por las calles de San Francisco: el spot es un completo tributo a la película de Yates en el que se incluyen los característicos zooms y reencuadres del cine de los 60 y el tema principal de la banda sonora de Lalo Schifrin. Al final del anuncio aparecen en el garaje de McQueen dos vehículos muy especiales: el Ford Mustang de Bullitt y la motocicleta de La gran evasión.


     Otro homenaje es el videoclip de la canción de Sheryl Crow precisamente titulada Steve McQueen (2002): en él aparecen varias referencias al actor, desde su estrella en el Paseo de la Fama en Hollywood hasta divertidas recreaciones de tres de sus famosas secuencias motorizadas: las persecuciones de Bullitt y La gran evasión y las carrera de Las 24 horas de Le Mans (Le Mans, Lee H. Katzin, 1971).